TAMAULIPAS.- Quisiera que fuese ayer y es hoy a esta hora, no tarda en salir el vecino a sacar su basura y calentar el carro en la casa de al lado. El viento regresa del sur ya en la tarde cuando hay norte y la ciudad en las plazas son una romería de fresnos y rompevientos.
Las paredes son largos trenes con andamios dispuestos, hay vacantes para dos que quieren sentarse sin hablar o confesándose. Hay el vacío suficiente de quienes no fuimos a ese lugar a leer el lenguaje de los labios. A caminar por la calle de los aparadores y ambulantes. A seguir a desconocidos que de pronto dan vuelta a la esquina y olvidas.
Desde una ventana un cristal muestra el cielo quebrado con una cortina de nubes; es cierto, porque cuando llueve siempre sale el agua a cerrarla. Estoy llovido abajo del humo de un cigarro, estoy recordando el mundo que se asemeja a este con más pájaros.
El barrio luce triste. El día parece saber de pandemias y se ha descontrolado. Las calles de ahora, casi vacías, para la ciudad son un hueco en el estómago. El hambre, el sueño, la sed, son vestigios para explicar que existimos atrás de la pared y de un buen libro
Los autos salen con una sonrisa y se asoman para todos lados antes de dar vuelta en la esquina. Me ha visto el señor que vende las nieves. No. No estoy escondido.
Algunos autos parecen normales y son clandestinos, no andan en su número de placas. En los rincones de la ciudad están los ruidos agazapados sin sus bocinas, hace rato pasó una canción desconocida y aún así hubo aplausos con bastante entusiasmo.
Dos personas que pasaron desaparecieron de mi vista pronto, llevaban prisa y parece que nadie los persigue. No hay quien te dé un puche si se te avería el carro, si no amanece. En la mañana tomo aire, soplo el viento que sale de mi nada.
La ciudad escampada de esa forma es de unos cuantos que se cuentan con los dedos de las manos sin usar los pies. La noche se cruza antes de cada sueño. Da sueño antes de toser para que todos despierten.
El asfalto caliente quema las suelas de los zapatos que se doblan. En el fondo el pie suda y echa agua para que refresque un poco.
Desde aquí se ve el fondo de la calle sin un alma y un perro negro atraviesa la vista con su parsimoniosa armonía sin objetivo aparente, ya no ladra, no son los tiempos en que cualquier can podía salir a la calle y morder al primero que viera con suéter negro o encajado en un pantalón acampanado.
Un pájaro carpintero taladra los tímpanos de un árbol, abajo hay un gato que escucha cómo se hace una casa.
Ya no podemos hacernos bola o juntarnos de a muchos como antes y era boda. Vamos de a uno por uno quién sabe a dónde señora. Ando buscando al que sabe, pero es un decir, aquí para decir somos muy buenos. Yo escribo y la calle se escarba, se recorre, se hoyanca, se pavimenta y se vuelve avenida chocante.
Más tarde me asomo y sé que ahí sigue la calle. ¿A dónde podría ir sin los pasos en sus rieles empedrados, con sus dos sentidos que la detienen porque son de ida y vuelta?
Desde aquí manejó un tranvía visto de lejos, de cerca soy el que lo imagino circundar la periferia como los micros rojos que van a Tamatán o los que entran sigilosamente por la colonia.
En las hojas de lámina, entre las casas, en los espejos de los carros, decirlo cuando amanece, casi es un pecado como nunca, porque es un buen día con la magia de las personas en casa, viendo pasar los recuerdos como soldados y troyanos en una guerra sin guerra.
La calle es como salir corriendo con una cancha de fútbol, el balón detenido sin árbitro, entre la algarabía de los aficionados. La calle son dos pares de zapatos, un grito hueco, un hueso en la garganta seca o mojada es lo mismo, somos usted y yo anónimos, sin una pedrada.
En la espalda la luz hace malabares con las sombras. Cuando el sol se mete puedo ver el final de las casas que pueden verse en un poste dejado atrás a dos pasos de este, en los espejos cuando me asomo, en la calle sin gente. Y la calle, que sabe de pandemias, sabe que en vez de salir no me escondo, pero tampoco salgo a la mitad del foro.
La calle es el paso obligatorio de los virus de moda, un caramelo dulce, una tentación para salir con la tiranía de risas y fiestas a oscuras.
Las casas son nidos de golondrinas viajeras, han vuelto todas las que se fueron. Como los pensamientos, muchas no volvieron. Pronto será primavera. Y quién sabe, no hay quien pase esa lista de ausencias. Las vidas que no he vivido y que sólo imagino.
HASTA PRONTO.