TAMAULIPAS.- Cierro los ojos para imaginar la calle afuera. Ahí está todo. Está la constelación de objetos necesarios o no, pero que por pertenecer y haber nacido para eso, son parte de la calle.
Cierro los ojos para atinar con exactitud y no distraerme. Para ver la calle hay que no verla, retirarse un poco hasta casi exitar la nostalgia. Ahí está el poste de la esquina donde marcan su territorio los perros y alguien pegó una foto con un perro extraviado.
Está- antes que nada- el olvido de lo que un día fue la calle y no ésta que miro con los ojos abiertos. Cierro los ojos para ver la calle que quiero y ahí están todos los que estuvieron. Veo el humo del tiempo y tengo el presentimiento de que también soy un recuerdo en el cerebro de otros.
El sonido es característico entre el ruido y la música. Los timbales de las puertas que se abren y cierran y los camiones que pasan con agua purificada.
Desde la acera de enfrente se ve ésta con sus fachadas insospechadas. Desde la acera de enfrente espio mi casa, la banqueta ancha, la orilla del asfalto con algunas hojas secas y una lata vacía de cerveza. Es un clásico, si no hubiese habido una lata de cheve hubiera protestado. Sirve para cuando hay que ir como pateando un bote.
Pero la calle es casa de muchos hasta que llueve y se van acobardando al grado de quedar ninguno. Al menos eso cree uno. Han de estar escondidos hasta que termine de describirlos. Todos somos iguales, escribimos los días de gloria y no las noches tristes.
Por los golpes que escuchamos se sabe en qué puerta, de que calle, están tocando. Eso se aprende en la calle. Por el ladrido se identifica quién es su propietario. Por el claxon los conocereis. O por el insoportable silencio de su voz. La calle entonces habla como las paredes escuchan. Pero no tiene la menor importancia.
Las palabras abordan las calles y luego las abandonan en su silencio nocturno de película y vuelven entre el ruido turbulento. Es un lindo romance el de las calles y los días. Hay fotos de eso. Hombres han escrito libros para hablar por la ciudad y hay quienes han cargado un ladrillo para decir cómo es su casa.
Cierro los ojos para imaginar la calle al fondo donde se hace un cuello de botella. La esquina de dar vuelta. La calle tiene los datos que luego aparecen en los documentos. Aquí es, dice el ministerio público mientras se toma una selfie para el Facebook.
Faltando 5 minutos para la hora pasan todos a la escuela incluyendo a la maestra. Se escuchan los claxones y hay que decirlo para que sea calle hasta la madre de carros. Hay vendedores ambulantes y gente en bicicleta sorteando carros, chiquillos llorando inútilmente. Chavos de uniforme solitarios y hay los que corren todo el tiempo hasta que la calle pierde su nombre entre el monte.
Venimos riendo, tristes, callados, enmascarados, por la calle y volvemos antes de que se acabe. Hemos contados los pasos sin pisar raya. Con zapatos nuevos hemos caído gordo y así caminamos por la banqueta y volvemos. Descalzos fuimos héroes anónimos jugando carreras contra nosotros solos.
La calle fue nuestra como la primera bicicleta, la caída, el grano en la rodilla, el camino a la escuela, los tenis que dejaban huella, la sombra del árbol, la hormiga colorada, el agujero donde vivió una araña.
Desde la calle estuvieron gritando. No. Era una serenata en Ia madrugada. Muy temprano la ciudad se levanta y se baña. Ya se fue la banda que pasó en su música y la vida sigue y caminamos por toda esta calle hasta que se acabe.
Ahí en la calle estaba un varo pero había que saber verlo. Desde entonces hemos ido buscando. Cierro los ojos para abrirlos más adelante de la vida. Afuera la calle es mediodía, un perro sediento, un poco de viento, un bonito recuerdo, un pavimentado sueño, un parque como lo quiere uno, con pareja y todo.
HASTA PRONTO.