Es de noche, luego de un largo silencio cae una gota de agua, luego otra. A veces llueven muchas. Esta gota es de lluvia, la pequeña lluvia que penetra en el cuarto. Es la gota de agua que te está quitando el sueño.
Una gota de agua camina celosa por la viga del techo, avanza insegura de caerse buscando una cubeta inexistente. Otra la sigue a prudente distancia según el tráfico citadino y es constante la vereda que escoge para escapar, huir de todas partes buscando el océano.
De una por una caen al fondo donde estallan y se multiplican en un gran charco anónimo del estuario.
Después del silencio una gota de agua emite el sonido seco al que después se acostumbra el oído. Han caído miles, incontables, y por lo mismo impúblicables en este texto. Pienso que de seguir así, en pocos años la casa podría inundarse, debí hacer una alberca en este sitio, con el insomnio ya no se lo que digo, para entubarla, llevarla a donde hiciera falta.
Pude echarme un buche a la boca para lavarla, beberla, mojarme, cantar bajo esa representación minúscula del agua con un paraguas.
No estoy solo, somos yo y la gota de agua que sin querer ocupa un sitio a un segundo de mi cama, puedo taparla, envolverla en otra, echarla en un vaso, regresar a regar una planta. Es la misma gota de agua que derrama el vaso, la misma del cántaro y la que perfora con su insistencia una piedra.
Una gota de agua es una lágrima única donde se refleja el alma humeda, ocupada en su flora y fauna, en su líquida tristeza, en su estancia de la limpia vista que la vuelve borrosa como una ligera nube en el ojo. La gota oscurece al fondo donde se está indefenso.
En cada gota de agua hay un estrella esperando un poco de sol, algo que la haga brillar en las ventanas donde hay gente escribiendo su nombre sin sed, por amor al agua.
Durante el río el agua va jugando carreras, salta, se mete a los peces y sale, se seca con una toalla amarilla. Evaporada en el oxígeno de una playa, se surte de sudor en la frente.
Somos una gota de agua que cuando nace se pervierte, se vuelve lo que come y lo que bebe que no siempre es agua. Uno se vuelve cerveza, refresco de cola, agua sucia, olorosa y corriente. Uno se vuelve alcantarilla, túnel, puerta donde pasan barcos que desembocan en el mar sin puertos, por más agua purificada que bebas.
Quieres sacar agua del pozo, llevarla a tu molino como en una campaña política, pero no hay ni una sola gota de agua. Escarbas y haces otro pozo hasta que adivinas con dos ramas de horqueta, que habrá que esperar la lluvia.
El agua, esa omnipresente que a veces no hay y en otras partes se encuentra junta, en una reunión secreta bajo tierra. Toses y brotan minúsculas porciones de esa lluvia y empapas a los transeúntes sin cubreboca.
Lloras y no hay nubes para simular un ciclón, una gota que escapó por un agujero del techo. Lloras y a veces es un aguacero que moja más que la ropa, que riega mas que al maíz que se siembra.
También somos gotas de agua reciclada, recipientes deformes, cachitos de carne asada y llana, cubierta de piel y lodo donde el agua se estanca. Somos un bote que respira, nostalgia de hielo que suda y se evapora.
El agua es cristal líquido para ver al otro lado del mundo. Una gota de agua es capaz de ahogar a una persona, pero la salva. Cuando el agua toma forma, se vuelve persona.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara