Palomo llegó a la vida de Ernesto hace algunos años. Era solo un cachorrito cuando lo hallaron vagando en la antigua carretera al Mante, en el entronque con la Rumbo Nuevo.
Ese día, un primero de mayo, según relata Ernesto, regresaban de visitar unos amigos en Llera, él, su esposa Lily, y su hijo Memo.
Sus cuatro patitas marchaban en paralelo a la carpeta asfáltica y de pronto se detuvo y se sentó, miró fijamente a los ojos a Neto (como pidiendo un raid) y fue entonces cuando el hombre supo que el destino había decidido unirlos en ese lugar, a esa hora de la tarde. Palomo, con su pelaje blanco (de ahí vino su nombre) asemejaba a un pastor alemán albino, con sus orejas picudas y relucientes ojos color celeste.
Al momento de su rescate, Palomo no portaba collar, y habría tenido algunos cinco o seis meses de edad. No tardó mucho en hacerse amigo de Memo, que en ese entonces tenía ocho años. ‘Palomito’ como le llamaban al principio, resultó ser un típico perro juguetón y payaso, que le gustaba correr y brincar, aunque de pequeño tenía la muy mala costumbre de jalar la ropa del tendedero, lo cual sacaba de sus casillas a Lily, pero la situación nunca pasó de un leve coraje y un par de nalgadas para el canijo.
La vida con un perro en casa llegó a colorear los dias de esa familia. Para sorpresa de ellos, Palomo tenía la gracia de ‘posar’ para las fotos, pues al momento de decirle ‘¡selfie!’ se quedaba inmóvil y hasta parecía sonreír.
Sin embargo un rasgo de la personalidad de Palomo iba a ser notoria la navidad de ese año. Cierto día, un grupo de niños se pusieron a jugar con pirotecnia en la calle, y el perro, relata Ernesto, ‘se volvió completamente loco’.
“Corría de un lado a otro de la casa, se metía abajo de la mesa, ladraba, babeaba y después aullaba, fue cuando nos dimos cuenta de lo mucho que le afectaban a el los ‘cuetones’…” cuenta Neto.
El primer fin de año que Palomo pasó con ellos fue ciertamente caótico: tumbó el pino de navidad y un jarrón de piso, empujó a Lily y la derribó, y hubo muchas noches en que no dejaba de ladrar. – El veterinario nos dijo que es normal que la pirotecnia los afecte asi, según me explicó, el oído de los perros es más sensible que el de los humanos y es por eso los fuegos artificiales pueden ser una experiencia terrible para ellos – contaba Neto al Caminante – es parecido al ruido que se escucha en una tormenta con truenos, solo que los perros pueden detectar una tormenta antes de que suceda y resguardarse, pero el estallido de los ‘cuetes’ son imprevisibles y los toman por sorpresa.
– ¿Y entonces que hicieron Neto? porque aparte tu vives cerca del Santuario y en las peregrinaciones se usa mucho la pirotecnia. – Nombre, era todo un rollo, cuando no estábamos en casa y era tiempo de ‘cuetones’, lo dejábamos encerrado en un cuarto con las ventanas y puerta cerrada, pero un dia se angustió mucho y dejó la puerta toda raspada, como que se desesperaba mucho.
Luego nos dijeron que le dejáramos la tele prendida, que eso lo ayudaba a lidiar con el ruido. – Debió ser una época muy difícil para el pobre Palomo. – La verdad que si, cada que llegaba diciembre se ponía asi, hasta el año pasado. – ¿Que le pasó? – preguntó el Caminante. – Pues sentíamos que como que ya se había acostumbrado o ya le afectaba menos, pero una noche los vecinos aventaron un cuete y le estalló cerca de la cabeza.
Mi Palomito literalmente se desmayó y perdió el 50 por ciento de su audición… osea de un lado, del lado izquierdo. – No manches que mal plan. – Luego se volvió muy solitario, él, que siempre había sido muy juguetón, se hizo muy calmado y hasta dormilón, como que se entristeció y ya no volvió a ser el mismo. El veterinario nos explicó que le afectó el corazón y que se cansaba muy pronto.
A Neto le entristece hablar de Palomo, y no es para menos: hace unos días, un vecino empezó a ‘tronar cuetes’ frente a su casa y uno de ellos fue a caer al patio.
El estallido estremeció a Palomo, y esa misma noche el perro murió. Su fiel perro, su cariñoso amigo, su alegre acompañante y en algunas veces hasta su confidente, tenía un corazón tan sensible que no resistió el estruendo.
Memo, ahora de 14 años sabía que algún dia su perro se iría, pero no de esta forma. Es cierto, la pirotecnia es una tradición mexicana muy arraigada en los festejos decembrinos, y es muy difícil que deje de serlo.
Por Jorge Zamora