El pintor sabe lo que es una pincelada. Cada vez que el pincel va a la manta, al papel u otro soporte, el pintor se entrega sin reservas. No le queda de otra, ahí va el alma con todas sus fuerzas.
Para el pintor, el verdadero, no existe diferencia entre el primer matiz que plasmó en su vida y el último. El brochazo, la pincelada larga, sin miedo, así absoluto y extraño, extrafalario, acaso inmundo, es el mismo. El ser del artista no cambia debido a su circunstancia, al revés, él es capaz de cambiarla.
Hay dos formas para empezar una obra artística cualquier de la que se trate. Aunque ambas terminan juntándose en la cruel encrucijada entre la claridad y el inframundo que al principio es desconocido.
Pintar, atreverse a plasmar lo que nadie ha visto, es un reto porque en ese momento el pintor es el único que observa el objeto y el paisaje, el contexto y los contrastes. Es una lucha constante ente lo convencional y lo nuevo. Lo subvencionado por el arte, ya aceptado, y lo que es desconocido. Es una guerra de envidias y descarado enfado ante lo original y espléndido.
Se Pinta con la brocha aplicada, luego un descuido descubre otro, un error lo resolvió todo, el artista cuenta sólo con su inteligencia para resolver el mundo. Y la implacable contrariedad le ayuda, las coyunturas de la vida lo adoctrinan, entonces pinta con el cuerpo, con los labios, con los dedos y ya sin brocha pinta con los dedos.
El artista se mueve en su mundo y ahí se complace, se conmueve, y se divierte. Fuera de ahí está el mundo con un montón de gente amontonado en un cuadro de picasso. El pintor pinta lo que ve adelante y atrás de una puerta.
El pintor es un cuadro que gira, un hombre valiente que emerge de un bar y besa el aroma de los colores que al salir le ofrece la vida. Es sencillo el trazo, la mancha es incorrecta, irreverente y absurda. Es un inventario de texturas, el pintor es su pintura, su rostro aparece ahí y permanece hasta el final de su vida.
Se Pinta a conciencia o sin ella, en un estado de letargo si así gusta llamarle. En un ensueño o delirio de grandeza que crea y recrea mundos que sin él nadie vería. En eso consiste. El arte nuevo crea descrédito, incertidumbre, incredulidad, muchos artistas mueren sin reconocimiento, pero creo que al morir poco les importa. Se pinta para ese ser inquieto, extraño, que ve en el cuadro del pintor su propio cuaderno de sexto año.
Por eso el pintor busca los elementos en todas partes. Nada escapa a la memoria que todo lo junta en una mezcla de colores primarios. Hay color donde antes hubo otro, hay colores únicos como el rosa, tan extraños como el ocre o el siena que encantan a los acuarelistas del planeta, que son pocos y únicos.
Empezar un cuadro es concluirlo, se dice así, porque el pintor quiere una brocha para continuarlo, cada vez que lo mira le parece inconcluso. Hay quienes los arrancan de las galerias y le agregan una transparencia en una , segun ellos, última pincelada.
El pincel es clave al sumergirse en la pintura, al mezclarse, al escurrir y secarse. Hay técnicas gestuales para hacer de una mancha en una hoja una gran obra. El pincel ofrece el parecido de las personas en el retrato y la capacidad para descubrir la expresión triste de unos ojos y Ia enigmática sonrisa de los labios de la mona lisa.
Se pinta con amor. Nadie podría hacer arte pensando en cuánto puede costar una obra, en cuanto la valorarán. El artista es sincero o no lo es nunca ni es artista. El arte no simula: expresa.
Cuando el pintor sale de casa finalmente al aire puro, luego de concluir su obra, se siente rico, poderoso Dios. Aún tratándose de un desconocido, nadie niega el poder de un buen dibujo. Hagan la prueba.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara