- 1987 inicia como artista del espectáculo
- 16 años inició su carrera
- “Rayito” fue su primer nombre
“Hoy despedimos a Gabriel, porque “Sonny”, el artista, ese va a vivir por siempre”, dice su familia.
Gabriel Hernández Valles “Sonny El Payayin” inició como artista clown en 1987, platica su hermana Mónica.
“En una ocasión, en la colonia Mainero, en Tampico, estaban buscando recaudar fondos para la Parroquia de Santa Cecilia, En esa ocasión fue contratado Míster Willy, pero tenía un show previo, así que, para entretener a la gente, decidió participar de payaso junto con su amigo Joel; Se vistió con un pantalón viejo que había en la casa. Lo más chistoso fue que la peluca la sacó de una tapa de un baño, de esas que se usaban para adornar y ahí comenzó”.
Más tarde, sus vecinos de la colonia, Enrique (Copetín) y Roberto Romero (Cuadritos), lo ven actuar y lo incitan a trabajar en fiestas infantiles.
La primera vez que fue así la recuerdo:
“La primera vez que fue, mi mama le dio permiso. Y cuando regresó le dijo.
mira lo que me pagaron. ¿Oye, pero porque te van a pagar eso? Fue mi mamá a buscar a la mamá de los Romero y le dijeron. No señora, eso es trabajo y lo que Gabriel lleva, es lo que le tocó por ir a esa función. Así fue. Se llamaba “Rayito”
Y agrega:
“”Copetín” inicia el programa en la televisión ahí lo invitan a participar. Ahí comienza otra etapa como artista y es más conocido y es famoso”
Gabriel, el hombre fue considerado muy inteligente, con vasta cultura, educado.
Su familia lo recuerda como un ser humano excepcional, con errores y aciertos como todos en la vida, pero con un sentido del humor especial que lo caracterizó desde siempre.
Desde hace siete años que luchaba contra un diagnóstico de insuficiencia renal crónica.
Mónica Hernández, su hermana dice:
“Él en los últimos años, se encontraba muy agradecido con Dios; por su esposa, sus hijos, la familia que Dios le había dado. Él vivía en paz”.
La madrugada del jueves Gabriel fue a su cama a descansar poco después de la medianoche y se quedó dormido para emprender el vuelo a la eternidad.
José Luis Rodríguez Castro/La Razón