El amor y sus símbolos aparecen en las obras de los grandes maestros de todos los tiempos. La figura mítica de Adán y Eva, es el presagio del amor en un abanico de contenidos del pecado y la gloria amorosa.
Decía Tito Monterroso con ironía; “En la vida existen tres grandes temas; El amor, la Muerte y las Moscas”. Es el amor guía al Dante, “me impulsa el amor y es el que me hace hablar”.
El amor causa y efecto, la motivación de vida en todas sus formas. Desde la magia, el encanto de la muerte y los brebajes demoniacos que trastornan nuestra existencia.
La Albaca que cura de espanto, el Romeo en los oídos, la Mariguana y sus tentaciones, la Amapola en su maldad y belleza. El amor popular con el “Tu retratito lo traigo en mi cartera donde se guarda el tesoro más querido…” la canción popular que retrata los amores de la adolescencia que llevamos como amuleto el retrato de la mujer amada. El amor escondido en una flor que marchita se abrigaba entre las páginas de un libro.
El amor que nos cautiva en Sandro Boticelli, bañada de flores en La Primavera y la acometida del fauno que roba a las ninfas sus Gracias. Las flores son símbolos, invaden el firmamento del corazón y la pantalla de los ojos con su poesía estructurada de amor heroico y puro, hasta desencadenar en el erotismo que corre por los tallos y las hojas de las plantas.
La sexualidad y la fragancia se dibuja en las hojas y en las flores son la cúspide de su fantasía. Las flores son un regalo de los dioses y de las diosas en cada palabra de amor que silenciosa vertebra las columnas de la inspiración.
Las flores son un canto de amor un lenguaje callado y en sus pétalos asoma la lengua, sus lenguas como brioso dragón oculto en perfumes y colores.
Tal vez los Impresionistas con Renoir el paisaje amoroso en el marco de la flora. Pero Leonardo en La Anunciación retrata a la Flor de Liz como símbolo de la virginidad.
La flor mística, la aleación de las santas en manos del Unicornio que perfora la piel en su selva. Todavía hasta el Siglo XV1, cito de memoria, la imagen Mariana aparecía escoltada por dos unicornios que cuidaban su virginidad. La poesía de Octavio Paz en sus redes verbales acerca el amor erótico “en el agujero negro del sexo”.
El amor por las plantas nos representa en sus puentes de unión del alma en su poética, los giros ascendentes y su verticalidad, la Sección Aurea en su composición de laberintos.
La flor es altamente significativa en la diadema de las diosas como Erato, musa de la poesía y alternante del propio Eros que con su flecha escarba al corazón amado. Las flores son secreto del amor furtivo, la elegancia de la conquista y los deseos marcados en la corola y la epidermis mágica que nos acerca al ser amado.
Las plantas aman, sin duda alguna y sus flores tiemblan al sonar de las abejas y mariposas que copulan en sus instantes de locura. Por sus formas las flores son audaces en el cortejo amoríos, su pistilo y corola acarician a las yemas de los dedos y su perfume aborda la gravedad de los ojos.
Mi madre les hablaba a las flores y les cantaba acariciando con ternura sus pétalos al toque del rocío. Y es que las plantas con sus flores aman, sus formas contagian en sexualidad.
La sonata de una Orquídea Negra bajo el manto nocturno se pierde en nuestros sueños, el Ave del Paraíso provoca nuestra pasión por su trasparente colorido.
El Toloache envenena al corazón y lo atrapa en sus flamígeras redes. Pero es la rosa símbolo de la actividad del amor. Los poetas como Vicente Huidobro crean una estética del objeto y sujeto de la Rosa en sus versos; “Poetas porque cantáis a la Rosa, hacedla florecer en el poema…” O José Martí que “Cultivo una Rosa blanca para el amigo sincero que me da su mano franca…”.
La flor, que gira en el tiempo y el espacio es figura estética y filosofíca, Rosa de los Vientos, Roseta de los mil y un secretos. La flor coronada por laureles de las diosas, el perfume del orgasmo y la plenitud amorosa.
Por Alejandro Rosales Lugo