Descargado en su columna de pez aéreo, el Helecho es el gran ciempiés que florece alternativo en la división de su espalda, dos sexos en un ´ que se articula como una sinfonía en el jardín.
No se alza con orgullo como otras plantas del reino, es humilde porque saluda con reverencia al sol, a la lluvia y a los insectos que suben y bajan por su cuerpo de escalerillas, ventosas que absorben el verde floreciendo los confines de la piedra en el mosaico rojo.
El ombligo es el centro del universo del hombre y la mujer el Helecho confiere los sexos como hermafrodita con teclas de piano en la música de la mañana y armonías con la luna a los toques copiosos de la lluvia.
El Helecho es el Omphalos de las plantas al llevar a espalda la columna dividida que se abre desde su infancia en el instante del goce de insectos y las caricias de la jardinera que le canta y le recita poemas de amor.
Toco su espalda de aleros de oruga de mariposa verde contra el rojo de la loza que se cuadricula con la sombra desde su punta de cabeza caída hasta sus fuertes hombros que anchos se empujan unos otros como centinelas de la barda al jardín.
Amparo los ha fotografiado con la caricia de su lente y con audacia ha descargado al Ciclope de la maquina sobre las plantas que pretenden esconderse en las imágenes que colorean el paisaje de la calle, de la casa, de la mesa que mira a la Laguna donde espejea el sol y reposa en su locura la luna de sangre.
El Helecho es la fertilidad a dos manos , decenas de parejas que abren desde lo alto hasta bajar de puntitas a besar el suelo. Huele a humedad como el olor a los labios cuando besan y dejan la espuma en la comisura de la boca, el Helecho es un perfume diferente, tal vez porque convive como un griego que fusiona el ideal de los sexos como gramilla en el viento y el aleteo de cientos de mariposas que copulan frente al mar como un sueño de hadas.
El Helecho es el ser disímbolo de decenas de espadas que acosan a la noche y sus puntas afiladas rosan con delicadeza los cuerpos apilados por el viento.
Hoja quemante y dolorosa, hoja de mil amores que integran su estructura de palmera de manecillas de un reloj que mueve lo profano.
El Helecho es cultivo de naranja agria, a limón curado, manzana del licor digerido por la noche que esconde sus manías, descaradas que se tocan en la bisexualidad de la luz y la oscuridad.
Escalerilla que busca el ámbar del cielo, zafiro en las puntas de sus lenguas y los destellos de su prodigiosa anatomía. M.C Escher persiguió al helecho hasta el fondo de sus laberintos hasta llegar a los callejones sin salida. Titubeante ante lo imposible, el gran artista de los caminos sinuosos de la inteligencia descargo en el helecho sus aventuras espaciales, sus nudos Giordanos de los territorios imposibles.
Tocar a un helecho es tentar dos caras, dos sexos, dos manos encadenadas a las maravillas de la naturaleza.
Tiembla con el viento y parpadea con la lluvia que besa sus caderas, y sus brazos son antenas en su verde pecho, frescura de joven en su dualidad misteriosa goza el espíritu griego de los que van y vienen en el dulce sacrificio de la existencia ante el espejo, su propio espejo que como una daga relampaguea en la sociedad de las plantas su utopía.
Al fin, cercano a nuestros ojos, silbando a los oídos, curado por las mariposas y abejas, el Helecho es el Señor y Señora de espadas en la abundancia donde se alojan todos los pétalos y los frutos del perfume agrio y delicioso del pecado capital.
Por Alejandro Rosales Lugo