Desde la Organización Mundial de la Salud se dijo, en septiembre del año pasado, que el fin de la pandemia estaba a la vista.
Lo que no quiere decir que el virus, las infecciones e incluso las muertes desaparezcan totalmente, pero sí que se reducen notablemente al grado de que la población regresaría a la normalidad previa a la pandemia.
Tal optimismo se desmoronó cuando el 7 de diciembre China abandonó su estrategia de Cero Covid y dejó que corriera libremente entre la población sin las restricciones que incluían confinamientos masivos, pruebas clínicas recurrentes, distanciamiento social y cubrebocas obligatorios.
A lo largo de diciembre y enero se pensaba que habría una masacre con hasta dos millones de muertos en el primer semestre de 2023, con muy serio costo político para el régimen.
En solo un par de meses se infectaron cientos de millones lo que produjo escenas dramáticas ampliamente difundidas por los medios occidentales, de hospitales sobresaturados, agonizantes y familiares llorando la pérdida de seres queridos.
Lo peor vendría, se pensaba, con las festividades del año nuevo chino, el 22 de enero, cuando cientos de millones visitarían a sus parientes esparciendo la enfermedad por todos lados.
Luego, casi de repente, desde hace unos días hay un gran apagón informativo. Tan brutal como fue la expansión de los contagios, fue el rápido descenso de estos.
Al 7 de febrero los padecimientos severos y muertes se habían reducido en un 98 por ciento respecto al pico.
Ya no había más miserias que mostrar y ahora los medio se centra en lo que hace el país con los cientos de miles de empleados sanitarios; con los hospitales que se reconvierten en miles de viviendas; con las casetas sanitarias portátiles puestas a la venta.
China enfrentó una variante benigna, Ómicron, con una población altamente vacunada, que le dio un golpe doloroso y rápido en el que murieron cerca de 90 mil personas con un promedio de edad de 80 años.
Ahora ha regresado a la normalidad y este es el anuncio más claro del posible fin de la pandemia… para gran parte del planeta. No para todos.
Estados Unidos tuvo en la última semana cuatro veces más fallecimientos por millón de habitantes que China.
Lo que tal vez se asocia a que Estados Unidos tiene un 68.2 por ciento de su población con vacunación completa mientras que en China es el 92.8 por ciento de la población.
Aunque tal vez no se trata solo del porcentaje de vacunación porque hay un importante misterio a resolver. África el continente con los países menos vacunados del mundo presenta desde hace más de un año las infecciones y muertes más bajas del planeta; en Estados Unidos las infecciones y muertes son unas 160 veces mayores por cada millón de personas que las que ocurren en África.
Desde que esto se hizo evidente se han aventurado varias explicaciones.
África tiene una población más joven y, por lo tanto, más resistente. Su población fue tratada masivamente con ivermectina, un antiparasitario reconvertido en varias regiones, incluso México, en tratamiento contra el Covid-19. Finalmente existen que existe lo que se llaman inmunizaciones cruzadas.
Es decir que una infección de gripa, de otro coronavirus diferente, o incluso casi cualquier otra infección, aporta algo de inmunidad contra el Covid-19.
Lo que daría a entender que el vivir en condiciones de pobreza y hacinamiento y estar expuesto a muchas infecciones diversas es un factor que crea una inmunidad genérica que incluye la resistencia a este coronavirus.
Aquí en México una investigación de la UNAM encontró que las personas en situación de calle; viviendo en condiciones de hacinamiento y poca higiene fue uno de los grupos más resistentes a la infección.
Hay más señales del fin de la pandemia. Estados Unidos declara el fin de la emergencia para el próximo marzo y avisa que dejará de dar algunos apoyos, por ejemplo, para gastos funerarios de muertos por Covid-19.
Las grandes compañías farmacéuticas se rehúsan a regresar unos mil 400 millones de dólares que les adelantó COVAX, el programa de ayuda a la vacunación de los países más pobres.
Es más, esas empresas exigen cumplir los contratos y recibir el pago completo y ellos entregar vacunas que ya no quieren los países pobres.
En general las grandes farmacéuticas, que tuvieron ganancias fabulosas en 2021 y 2022, ahora prevén una fuerte caída de sus ventas.
Finalmente habría que señalar que, con más del 90 por ciento de la población mundial vacunada, o previamente infectada, incluso de manera asintomática, el balance de riesgos de la vacunación se ha alterado radicalmente. En la medida en que la población tiene mayor inmunidad las vacunas son cada vez menos efectivas. La Agencia de Salud del gobierno británico señala que según sus estadísticas ahora se necesita vacunar a 706 mil personas de 20 a 29 años para evitar una hospitalización severa, o a 93 mil de 40 a 49 años.
Es decir que las vacunas son cada vez menos necesarias y se necesitan muchas más para lograr un impacto positivo, evitar una hospitalización. Si por otro lado sabemos que cada 900 vacunados con Pfizer o Moderna tienen una reacción severa adversa resulta que vacunar a cientos de miles para evitar una hospitalización produce, paradójicamente, cientos de hospitalizaciones.
Y esto que revela el gobierno británico bien puede aplicarse al resto del planeta. Las inercias siguen, tardamos mucho en quitar los tapetitos con desinfectante cuando ya se sabía que solo ensuciaban.
Tardamos en decirle con claridad a la población que el tapabocas ya no es obligatorio y es inútil no porque el virus ya no exista, sino porque las reinfecciones son inevitables y es mejor que ocurran mientras tenemos altos niveles de inmunidad gracias a las vacunas y a las infecciones previas.
Todo apunta a que el Covid-19 se convirtió en una enfermedad estacional con la que tendremos que aprender a convivir.