En la sombra del techo que da a la calle apuro un cigarrillo. Observo el espacio chiquito que me contiene, el refugio secreto que nadie comprende, los efectos de la luz al ir desapareciendo.
Todo transcurre como un río llevándose las hojas del calendario, casi puedo verlo en el aire como una imagen preconcebida para pegar como estampilla en la historia. Si veo hacia otro lado sorprendo al perro que me mira y se marcha.
Me detengo en una frase, hay un ruido acerca de mi mismo acompañando el misterio. A cierta hora es desierto y un pájaro, a otra hora el pensamiento es más intempestivo regando las plantas.
No dudo de la realidad, pero la luz blanca de la lámpara se desvanece al leer lo que escribo. Quizás otro escribe, se inventó en mis letras, resucita en mis arrugas sin cara.
En instantes, pocos me recuerdan y yo me obstino. Dejo la pluma que vuela y estoy en la transparencia del infinito. Nunca sabré quién me ha mirado, quién me dispersa para escapar de esta tarde.
Entre mis nombres soy viento, ciertos amaneceres que se me parecen, mis ojos aún no se abren. La ciudad se pobló de mis fantasmas que cuento de uno por uno con mis pasos oscuros para deshacer el tiempo, para engañar al mundo y desatar el lenguaje con el cual escribo.
Entonces esta es mi palabra que muere y nace conmigo, converso con el humano que encontró un cigarrillo y lo enciendo. Un pirata barbudo pasa como todo pasa, por los poros sale lo que entra por la boca, a cada rato sale de mi el habitante insoportable que me habita.
Aquí resido, en la materia, como un objeto que sueña. Me he tendido en el aire, en el vaivén del círculo extendido que lentamente me duerme. Mi corazón quiere salir y salta desde el origen, se ahoga palpitando en las líneas pensativas de este texto.
Me ocupo de mi o de ese que escucha y fuma. En los epígrafes de las siluetas dibujo otras, debo decirlas a tiempo, no puedo escribir, soy muy lento y sin embargo escribo, qué embarazoso es todo esto de alimentar el silencio.
Sólo mi figura observa, sólo mi figura observo, como reo luego de haber castigado el tiempo contra el amor y el deseo único. Pongo la sal en esa mesa invisible. Puedo decir sin mi permiso, cambiar para lo mismo, la corrección no es inteligencia donde componer el miedo, podríamos discutirlo durante esta tregua.
Tengo el color de mis tintas, en la gota de sol, nudo ciego, repentino bulto asomado a la calle por donde suben y bajan las hormigas por mis sonrisas que me disipan. Esa es la noticia en un lugar del frente de mi casa.
Veo pasar mi charla por la calle con la profesía, en llamas que se apagan en una gota de agua, en el terrestre reflejo de la imaginación. En este instante vuelvo a detener el ir para visitar el redonda mesido de mis cabellos que entrega su sombra sin sombrero de mi cuerpo.
Soy quien se va de la tarde, eso parece. En sentido contrario podría seguirla sobre la espuma del buque, sobre la espiga que relampaguea en la prosa.
Aspiro una bocanada, desdoblo la hoja de este todo, colaboro voluntario con los poetas del barrio que me presentan sus modernos poemas. Mis lecturas son encuentros, variaciones en las antologías de una misma palabra.
Apunto de nuevo. Es cursi el mundo, insoportable levedad de Kundera, no la mía. Es mucho el lirismo con el que se mira el sitio perpetuo que vibra sobre la misma piedra.
No he podido ser otro, ni otra tarde, ni árbol distinto, ni diferente forma de olvido, nadie me mira y yo lo miro todo. Nadie me habla y yo les hablo a todos, mientras apuro el cigarro que se acaba.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara