Se escucha en no pocas partes que la concentración del domingo 26 de febrero en el Zócalo y en, previsiblemente, decenas de ciudades, es una marcha ciudadana. O que es producto de un impulso desde la sociedad civil. O, incluso, que no tiene que ver con los partidos.
Eso es incorrecto o incluso falso. Pero sobre todo es poco conveniente no reconocer la realidad de que lo que veremos el domingo, como lo que vimos el 13 de noviembre, es una mezcla de ciudadanía y oposición formal.
Mucho antes de las elecciones de 2021 personajes de eso que llamamos sociedad civil se acercaron a partidos para urgirlos a crear un frente común en contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Y aunque ya había habido protestas y manifestaciones ciudadanas contra éste, en las intermedias oposición y OSC hicieron campaña juntos.
Más recientemente la manifestación del 13N fue una demostración de tal simbiosis. En esa marcha por Paseo de la Reforma (hubo más en el país, pero para el tema de esta columna esa es la ejemplar) desfilaron políticos de la más diversa extracción opositora, líderes partidistas actuales y del pasado, entre la multitud. Iban juntos. Están juntos.
Y sólo por si hiciera falta decirlo: hubo en la anterior marcha y habrá en la del domingo contingentes de manifestantes que no se entienden sin el nexo con diversos partidos.
Se puede decir que la oposición engrosó con acarreados la marcha ciudadana de noviembre. Como también hay que consignar que en ese mitin, que bloqueó la posibilidad de traición priista en una reforma electoral a nivel Constitución, PRI, PAN y PRD por si solos no habrían podido convocar, ni por mucho, a la multitud ciudadana que marchó.
Lo relevante de quitarse de discusiones sobre si es una marcha químicamente pura en términos ciudadanos o no es que permite plantear la cuestión fundamental a partir del domingo.
Oposición y ciudadanía han encontrado en la defensa del Instituto Nacional Electoral el pegamento que les abre la puerta a algo de cierta potencia rumbo a 2024. El resultado electoral de 2021 es un antecedente halagüeño en esa ruta, pero en las elecciones del año entrante el régimen no se va a confiar ni escatimará en artimañas.
Si la protesta del domingo resulta exitosa, la pregunta que no admite dilación es quiénes se sentarán en la mesa a definir la estrategia que dará cauce a tan vigorosa expresión de hartazgo y preocupación. ¿En este maridaje de esa sociedad civil y esa oposición (Movimiento Ciudadano es un esquirol para todo fin práctico) quién lleva la mano?
Como toda relación, esta ciudadanía y el PRIAN han tenido sus altos y bajos. En las últimas fechas, y ya en la antesala de la gran disputa por el poder, Acción Nacional y el Revolucionario Institucional hicieron a un lado a sus aliados ciudadanos y se despacharon con un acuerdo donde el primero supone que definirá candidaturas importantes en 2024.
No nos distraigamos con la enorme posibilidad de que el priista Alito Moreno se vaya a chamaquear (de nuevo) al panista Marko Cortés.
Lo real es que esos líderes partidistas le han cerrado la puerta a sus socios coyunturales. Pero el domingo éstos demostrarán que tienen músculo, ¿tendrán también malicia y capacidad política para convertirse en la locomotora de la estrategia, para hacer que los partidos sean siglas y vagones al servicio de esta irrupción ciudadana contra AMLO?
Reconocer que van juntos visibiliza lo que cada parte aporta. Salir del clóset también encarece el costo a Alito y a Marko de agandallarse todo.
Por Salvador Camarena