El Dios traído de allá para acá, se erige sin sentido cuando las palabras no acompañan a los hechos. Dudar es escombro, decadencia, una culebra que se cuela entre las piedras de las neuronas, pero es lo único que nos acerca.
Dudar es buscar la certeza. La mano puede fingir el desvanecimiento en las paredes, escribir el trino de un pájaro , describir el invento de nuestra cara en el espejo. Ahora sin arrugas.
En esta noche en que se acumula el día hay un principio. En este fin último algo desconocido llega primero. ¿Es verdad o es mentira? Eso nunca se sabe si no se investiga.
Es el viento que murmura y calla. Es la calle afuera en ciertos amaneceres demaciado reales para ser ciertos. Todavía estoy cierto de mi fantasma y escucho sus pasos en la niebla.
Como Santo Tomás, hasta no ver no creer. Habría que sentir el golpe para saber hasta dónde duele, ponerse los zapatos de otro y así andar por la calle entre el lodo. Nadar en lo profundo hasta ver el otro lado del mundo qué observan los que se están ahogando.
Dudar es un muro, una masa encefálica. Al otro lado de nosotros hay un mar de claridad pacífica que se extiende en la verdad que es única. Aire y luz, diáfano plumaje del ave que vuela sobre un lago de vidrio.
En un vaivén del mundo, antes de la siguiente vuelta, el vaso se derrama sobre la mesa, entonces repetimos las palabras, nosotros los acostumbrados a nosotros, los mismos de todos los instantes. Los que aceptamos sin dudar lo que nos dicen.
La mentira es una separación de la naturaleza. Si nos fijamos bien, podríamos verla. Pero antes, el contenido es metafísica, filosofía de Confusio, bla bla que nos predispone a un viaje previo.
El Karma, que no es bueno ni malo, ni todo lo contrario, está compuesto por los hechos bárbaros e intensos, inmediatos y poderosos que todo lo contienen. Tiene pies y cabeza y se llama de una manera distinta al nombre que le pusieron, que todos creen mirar sin verlo.
La tecnología significa algo, pero no es lo moderno. Dudar de eso que se pone encima de la naturaleza es desenterrar el tiempo verdadero, volver a nosotros, encontrar un sentido.
Las versiones de los hechos se van diluyendo con el tiempo, el lenguaje lleva un libro bajo el brazo para aclarar el nihilismo donde nunca estuvimos. Somos estos que fuimos y lo que inventaron otros. Si salgo al mundo, puedo dudar, en un descuido, de mi mismo.
Pude ser un tirano perverso y pervertido y ahora no creerlo. Puedo y pueden creer de mi solamente la parte que me conviene si así lo escribo, si conozco las palabras para decirlo entre lo que no tiene otro remedio más que ser verdadero y lo que no tenemos otra opción más que aceptar para continuar viviendo
Dudar nos pone en un banquillo, en la escotilla de la convivencia humana. Podríamos quedarnos sin lenguaje si insistimos, sin lengua, sin papel, sin plumas, sin palabra y aún así dudar para liberar el alma.
El gobierno del cuerpo ocupa un modelo que nos represente, inmersos en ello, nos mentimos a nosotros mismos y sin dudar caemos en la mentira de los acuerdos, de las confabulaciones del juego entre la realidad y lo falso. Dudar nos rescata y absuelve.
Nos hemos casado con el intermediario, entre la realidad y lo que somos, como el hombre que escribe una carta a diario a su amada y un día recibe una carta donde su novia le dice que se ha casado con el cartero.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara