Familiares y amigos de elementos militares salieron a las calles del país para protestar por lo que consideran un trato injusto de las autoridades civiles.
La marcha de los simpatizantes del Ejército Mexicano sirve para poner sobre la mesa un tema urgente, que también ha salido a colación por lo que ocurrió la semana pasada en Matamoros: ¿cómo debe combatirse a la delincuencia en este país, tras más de una década de haberse declarado la fallida guerra contra el narco?
Primero lo obvio: los soldados deben estar en los cuarteles.
No es una descalificación de su labor, pues en la mayoría de los casos, ellos mismos preferirían no tener que salir a las calles para agarrarse a balazos con los delincuentes.
Pero las circunstancias nacionales, incubadas aquel lejano 2006 cuando Felipe Calderón inició su administración desesperado por legitimarse tras una dudosa victoria, exigen la presencia militar en los espacios públicos urbanos y rurales.
Tamaulipas lo sabe muy bien. Desde hace muchos años se volvió impensable prescindir de la vigilancia del Ejército o la Marina en los principales municipios de la entidad.
Pero la participación de los soldados en la seguridad pública no implica que puedan estar por encima de la justicia. Si los militares que accionaron sus armas contra los jóvenes muertos en Nuevo Laredo cometieron exceso de fuerza o incurrieron en un trágico error, deben ser los tribunales civiles los que lo definan.
Y claro, los responsables tendrán que pagar por sus actos.
Conviene echar un vistazo al pasado para cuestionar qué hicieron los gobiernos anteriores en Tamaulipas para construir un escenario en el que los militares puedan irse retirando paulatinamente de las calles.
La respuesta más rápida es que nada. La más elaborada implica recordar que en lugar de construir corporaciones policiacas confiables y respetuosas de los derechos humanos, fortalecieron o armaron grupos e instituciones con elementos que resultaron ser mucho menos confiables que los soldados, como lo indican las estadísticas de denuncias por violaciones a los derechos humanos.
Con la hipocresía que caracteriza a los panistas, hoy se rasgan las vestiduras y reclaman paz en medio del polvorín que ellos crearon.
El desplegado de todos los morenistas
La carta publicada ayer por figuras de Morena para denunciar la campaña negra de Cabeza de Vaca resulta valiosa por varios motivos: uno de ellos es que representa una respuesta contundente a los intentos del ex gobernador por afectar a la actual administración estatal.
Pero el más importante es que la lista de “abajo firmantes” incluye por primera vez a todas las figuras del morenismo tamaulipeco, incluso aquellas que en el pasado pudieran haberse mostrado distantes entre sí.
Hay dos buenas noticias para la 4T en Tamaulipas. La primera es que sus representantes empiezan ahora sí, a conformar un bloque en torno al proyecto político del gobernador Américo Villarreal.
La segunda es que los intentos del cabecismo por regresar a la vida política del estado lucen infructuosos.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES