Un grupo de estudiantes charlaba y reía a carcajadas en un pasillo del Instituto Tecnológico de Ciudad Madero. Era el primer día de clases del semestre, y una multitud de jóvenes deambulaban de aquí para allá con sus horarios impresos en la mano. Corría el año de 1993. Otros más, repartían abrazos con los compañeros “foráneos”, a los cuales habían dejado de ver un par de meses. – ¿Qué onda ‘entenao’? con quién te toca clase aquí? – preguntó Enrique ‘Kikillo’ Saavedra. – Con Moreno – respondió el Caminante, que en aquel entonces tenía escasos 20 años.
– ¡Eh, la escuela naval está allá por la Laguna del Carpintero ‘machín’ … digo, por si te interesan los barcos jajaja – dijo el compañero rompiendo en carcajadas. – No te le bañes al ingeniero, mi Kike, ¡él no tiene la culpa de ser tan generoso! – Ay si generoso …¡tan barco diría yo! – replicó Enrique.
A ciencia cierta, todos conocían muy bien al ingeniero Moreno. Su figura languida y medio encorvada, su creciente calvicie y larga melena sobre las orejas acentuaban su peculiar imagen.
Enfundado siempre en botas vaqueras, jeans y camisas “Medalla” el ingeniero Moreno era casi casi un ‘compa’ de la palomilla.
Muy a menudo se le veía compartiendo con los estudiantes en etílicas pachangas, carnes asadas y cumpleaños.
“Yo reconozco que soy un alcohólico, pero un alcohólico feliz” solía decir siempre que ya traía unas cuantas (o unas muchas tal vez) cervezas encima. Desde hacía muchos años, el ‘inge’ Moreno era el titular de dos materias en el área de Ingeniería Mecánica e ingeniería Industrial: ‘propiedades de los materiales’ y ‘procesos de fabricación’.
En las aulas donde impartía su cátedra por lo general siempre hacían falta mesabancos, pues se llenaban de decenas de alumnos. Todos querían tomar clase con el inge Moreno.
Durante el tiempo de inscripciones, los estudiantes hacían todo lo posible por quedar en su grupo, algunos hasta pagaban una “contribución extra” a las secretarias, para acceder como fuera a la “lista” de ese profesor. Era un secreto a voces: el ingeniero Moreno “los pasaba a todos” es decir, nunca había reprobados.
Todo aquel que tuviera la “buena suerte” de tomar clase con él, tenía asegurada la calificación (al menos la mínima que era un ‘7’).
Pero tal beneficio no era completamente gratis, había una única condición: para aprobar la asignatura se tenía que asistir al 100% de las cátedras, es decir, estaba prohibido faltar, y de checar eso se encargaba el ayudante o ‘monitor’ del maestro titular.
Cumplido este único requisito, la calificación estaba asegurada. Y si, el inge Moreno era al parecer, la definición exacta, de lo que los estudiantes llamaban un ‘profe barco’.
Sin embargo, una cosa si era bien cierta: el ingeniero era una eminencia en su campo. Su experiencia en el sector maquilador e industrial era inmensa.
Cuentan que una vez con solo escuchar el motor de una máquina troqueladora de autopartes automotrices, logró diagnosticar un problema que le estaba causando pérdidas millonarias a una armadora de coches, del centro del país.
Además de eso, el conocido profesor tenía una agilidad mental casi sobrehumana, pues su dominio del álgebra, geometría analítica, cálculo integral y diferencial era impresionante (podía resolver ecuaciones de segundo grado mentalmente).
“El sistema de calificación está sobrestimado, un número jamás va a representar lo aprendido por el alumno en el aula, he conocido estudiantes de dieces que al llegar a la fábrica o refinería no dieron el ancho” contaba el inge Moreno, en una borrachera navideña a algunos de sus alumnos.
“Así que no te preocupes por sacar un ‘excelente’ promedio, preocúpate por aprender a resolver problemas o situaciones con el conocimiento adquirido, esa es la verdadera herramienta que como maestro te puedo dar… pásame otra ‘corona’ entena’o” aconsejó alguna vez al Caminante.
El ingeniero Moreno jamás se consideró asimismo como un ‘profe barco’, antes bien, se decía ser un ‘profe rebelde’ que no estaba dispuesto a calificar como todos sus compañeros.
“Un día, dentro de 20 ó 30 años te vas a acordar de mí y te vas a dar cuenta de que una cosa es ser inteligente y otra es ser listo, ya lo verás” dijo el inge una vez que llegó bien crudo a dar clase.
Y sí, tres décadas después, el Caminante recordó las sabias palabras de su profesor de ‘procesos de fabricación I’ y entendió que el ingeniero Moreno no era un ‘profe barco’ sino un maestro que le daba la importancia real al sistema de calificaciones.
Ojalá no todos tardemos tanto tiempo para valorar a los maestros que forjaron lo que somos actualmente. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA