Años luz dirán que anduvieron en Victoria y describirán largas noches de pasión escuchando el estruendoso paso del tren cuando todavía no canta el único gallo del barrio.
No debe ser fácil para una ciudad ser la más bonita. Me imagino la envidia a su paso por la calle por donde camino tranquilamente. Puedo imaginar, mas no saber de la especie de amor que debe ser salir a la calle sino es que en la propia casa y aún frente al espejo.
La ciudad sabe más que uno que se las da de muy ducho. Sabe pelar nopales sin espinarse, se han de espinar pero nadie se entera hasta que grita y dan ganas de llamar una ambulancia y uno entre los desnutridos lo hace.
Prefiero creer que la costumbre de ser bella le ha inmunizado contra la fiebre del género masculino con este calor. Todos sin falla voltean a verla y hacen comentarios según sus sombras, y ella entre las paredes disimula no darse cuenta.
Sabrá lo que dicen de su cuerpo esbelto. Y saldrán rivales que trivialicen y otras que compitan palmo a palmo con su éxito inquebrantable.
No hay modo de ocultar los ojos bonitos como un lago pequeño y su parque viéndolo todo. Lo que ella quiera ver, qué importa eso con tal de que exista.
Habrá aquellos estoicos osados que la recorran de oficio y sin beneficio. Querrán verla para después mentir a sus cuates, inventar la mirada que no les vio. Y si por descuido la ciudad los mira, con eso tienen para inventar la canción.
Los amigos del amigo incendiario no le creerán nunca comoquiera, sea verdad o sea mentira. La bella no se inmuta y, aunque no pase por nuestra cabeza, pocos sabrán que sufre. Hay ciudades bonitas por dentro y por fuera, en eso consiste.
Sale con sus amigas igual de hermosas y nadie las recuerda, nada más la más bella es eterna, la niña de los ojos, la flor de calabaza, la reina del festival, de la feria y de la calle Hidalgo.
La verdad es que la bella sabe de maquillaje. Tiene cejas altas y delgadas como tatuajes, sus pestañas largas, los ojos negros y profundos. La mirada es dulce y tierna y es morada de ángeles desde donde se vea. Apenas puede uno con eso de saber de su existencia si es que sobrevives al desamparo de conocerla y tardes años en ir de paseo Méndez a cantar a la Concha acústica.
Cuando cruza la plaza el aire se detiene desde una banca, luego la sigue para soltar su pelo y ondear su cuerpo como una bandera mexicana corriendo por los bulevares.
La ropa, una prenda que se adhiere y acaricia su cuerpo de sirena mientras se la prueba y acomoda. La he visto en todos los colores, en miles de mariposas que estallan en el cielo. La conozco como todos, mas la amo como ninguno.
Cuando voy con ella, aprendo y grabo en el recuerdo esto que ya dije, en seguida lo repite el eco y seguimos juntos. Escucho palabras distintas a esta y sin embargo es mi ego entre las razones de corazones rotos y solitarios.
Dirán que no es bella ahora que somos viejos y la tomo de la mano para no caernos. Si caemos lo haremos juntos y eso hiere a otros sin propósito, nos quedaremos dormidos a orillas del río San Marcos.
Dicen que no es bella y es la más linda pues va conmigo a donde quiera y a mi es al único esclavo que ella mira. Por dentro lucimos la misma belleza, las casas que hicimos, las avenidas que recorremos, las inmensas tardes cada vez más oscuras antes de la lluvia.
Y sonreímos nosotros los de ahora, los únicos. Ella es la más bonita y yo el más feo del mundo.
HASTA PRONTO .
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA