Una gota de agua suele quitar el sueño, el ruido perspicaz e insistente late en el silencio, es un repiqueteo taladrando la mente.
Sin embargo la gota de agua, de lluvia no colectiva, sino pequeña y frágil, es toda una inundación microbiana, llueve en la ciudad de un pequeño cosmos. En los pequeños ríos del suelo existen seres moviéndose, sobreviviendo a un gran diluvio.
La gota de agua, semejante a una lagrima, escurre del techo, escapa de su sitio y cae donde nadie la espera, moja una hoja, apaga un cerillo, o despierta a los vecinos.
Lago diminuto a las tres de la mañana, va y se estanca en un hueco inesperado, traza un delgado hilo igual que un río y acaba. Si una gota derrama el vaso, no tiene la culpa el vaso, tampoco el trapo que va y la seca. A veces es necesario que todo suceda.
Lluvia filtrada por el techo, el agua llena una cubeta y la desborda, espejo de cuerpo donde podríamos vernos a los ojos con el microscopio de un frenético laboratorio.
Cada gota de agua provista de una sombrilla, en la oscuridad tiene su sobrevivencia, el sol la secaría si se asoma por la puerta de su vida, uno podría aplastar ese ligero reciduo con una piedra, allanarla en el piso con un viejo zapato, o con un zapato nuevo de estreno, ¿qué va a saber el ser humano del propio camino?
Detrás de cada gota lo más seguro es que viene otra en el interminable periplo, es así como ocurre, es rara una gota solitaria haciendo tiempo para que caiga otra y juntarse para taladrar el cerebro insomne, la desconchiblada mente de un humano.
De pronto un ejército invencible nos invade, vuelto hielo golpea los cristales, quema los cultivos. El fenómeno de la lluvia es calificado y hay peligro y no celebración en las ciudades. El agua llegada de esta manera a la colonia no puede ser embotellada.
El agua es monitoreada a distancia, es apresada y detenida en un dique, sometida por la fuerza para regar los campos, para entubarla rumbo a la garganta.
Cuando cae la primera gota de lluvia es fácil darse cuenta, pero ignoras cuál será la última, si la medimos podríamos saber el tamaño de la tormenta. En la nave de las nubes más oscuras viajan las tormentas más espantosas, los huracanes en su torbellino, las lluvias mas copiosas y esperadas del año.
Detrás de cada gota de agua está el océano, el diluvio universal, la historia de todos nosotros, el comienzo de todo esto. El agua al mismo tiempo es nuestro cuerpo, nos identificamos con el liquido que nos contiene, envase de carne, agua derramada para los mingitorios, vamos también en los drenajes.
Si nos pudiesen ver, bajo el paraguas somos gigantescas gotas de agua simulando existencia, picando piedra, haciendo casas, calles y puentes para evitar, eludir y eludirnos. Nos escondemos de nosotros mismos. Nadie desea mojarse con tanta elegancia y el outfit de marca.
Llueve y llueve sobre mojado con la paradoja de primero pedir que llueva y luego de que se vaya ¿Quién nos entiende? La lluvia escribió en la biblia, entre las montañas pasan millones de gotas de agua reunidas pasan alegres como a una feria que no se repite, cada vez es única.
La gota de agua es capaz de trasminar el techo y caer del otro lado, de caer sobre una semilla de sorgo y podrir la unidad, humedecer la bodega, provocar el siniestro de la cosecha, la derrota de la temporada.
En la madrugada una gota de agua te despierta y puedes reconocerla, sabes por donde entra. Al ritmo del compás monótono pero de la frecuencia cardíaca, la misma monotonía, si la sabes pensar como una sinfonía, escribirla o jugar con la levedad de su existencia efímera, podría conciliar nuestro sueño. Para volver a caer profundamente dormidos y al día siguiente buscar un chicle y tapar el agujero del techo.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA