La desobediencia civil no violenta, motivada por la inacción de los gobiernos para frenar el cambio climático y su persistencia en el uso de combustibles fósiles, aumenta a nivel mundial y no falta mucho para que en México vivamos estas expresiones internacionales por el activismo global y la devastación por la construcción del tren turístico.
Contextualmente, el país ha visto surgir en los últimos meses protestas de diversos sectores, incluso de personal de los servicios federales de salud, por la carencia de medicamentos, insumos y el deterioro de la infraestructura hospitalaria, sumándose a ello protestas de madres buscadoras por los niveles escandalosos de desaparecidos y la creciente violencia y pérdida de territorios.
No se tiene clara la intensidad de la acción de los movimientos globales, pero, sin duda, las motivaciones son las mismas que existen en México: el no acceso de la sociedad civil a la toma de decisiones gubernamentales ante carencias o acciones que afectan a los ciudadanos.
Suponer que la carencia de medicamentos y la ideologización intencional del reclamo de los padres de los niños y personas con cáncer para convertirlos en enemigos políticos, así como el inocultable crecimiento de asesinatos no pesará en las espaldas de Morena, es una ingenuidad.
Dana Fisher, autora estadunidense de libros como La gobernanza nacional y el régimen del cambio climático, expresa en el adelanto de su próximo texto: “Salvándonos a nosotros mismos. De los choques climáticos a la acción climática”, que mientras se ha declarado que pasamos del calentamiento a la ebullición —de los mares—, la resistencia social contra las autoridades muestra señales de crecer en radicalización.
Mientras el mundo arde, un creciente flanco radical del movimiento climático ha tomado las calles en búsqueda de una acción más agresiva.
Y si bien estamos en el comienzo de la peor crisis climática, cada vez más personas participan en la desobediencia civil global y local, de acuerdo con Fisher.
Responde a la interrogante sobre el origen de ese flanco radical, que surge, al menos en Estados Unidos, en el Movimiento de Derechos Civiles, cuando los activistas se dieron cuenta de que no tenían el acceso necesario al poder para lograr cambios a través de los sistemas legal y político.
“A medida que los choques climáticos se vuelven más severos y más comunes, el flanco radical del movimiento climático también ha crecido. Los activistas han empleado la desobediencia civil no violenta para llamar la atención sobre la continuación de la expansión de los combustibles fósiles”, mientras el mundo se prepara para la próxima ronda de negociaciones climáticas en la COP 28 en Dubái, a ser presidida, paradójicamente, por el sultán Ahmed Al Jaber, ministro y jefe de la empresa petrolera estatal.
En su estudio, aplicado en Estados Unidos, Fisher llega a la conclusión de que los activistas son, en su mayoría, mujeres (61%), predominantemente blancos (93%) y altamente educados (el 91% terminó la universidad y posgrado).
Concluye que, pese a los informes de los medios centrados en la juventud, los activistas que participan en la desobediencia civil del movimiento climático tienden a ser de una edad promedio de 52 años (el 25% tiene 69 años o más).
En otro tema, debe destacarse la importante resolución de la titular del juzgado Décimo Segundo de Distrito en Materia Administrativa en la CDMX, que concedió la suspensión provisional en el amparo 1236/2023 contra la eliminación de las Normas Oficiales Mexicanas sobre salud. Resolverá el 7 de agosto la definitiva.
La Corte Suprema resolverá sobre la disminución presupuestal a víctimas de violaciones de derechos humanos. Llama la atención que un gobierno humanista las desproteja en el pico histórico de violaciones a estos derechos.
POR JORGE CAMARGO