Todo suma cuando se trata de los tiempos electorales que, por cierto, tienen muy bien calculados en las oficinas del Ejecutivo. Desde el primer día en el que se inició este sexenio nos pudimos dar cuenta de la prisa que tenían por crear una narrativa, casi épica, que expresara la dimensión de su llamada Cuarta Transformación.
Además, con el cronómetro a su favor, se tomaron una serie de decisiones que pretendían modificar por completo instituciones, organismos y estructuras administrativas que, si bien podían ser objeto de una revisión crítica, no estaban dentro de los parámetros de esa nueva visión de la realidad y la historia que se comenzaban a diseñar bajo la perspectiva del actual gobierno; baste recordar la creación de la Coordinación de Memoria Histórica –que fue derogada el 20 de enero del presente año, con más cuestionamientos que posibles certezas acerca de su función y el presupuesto ejercido– o la edición, en 2019, de la Cartilla Moral, de Alfonso Reyes, que reunía todos los requisitos institucionales: el color oficial y las figuras tutelares en la portada, así como el texto de presentación firmado por el Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, una fotografía del primer mandatario acompañada del anuncio del comité para la elaboración de la “Constitución Moral”, así como la aparición de las ilustraciones de personajes como Hidalgo, Morelos, Sor Juana Inés de la Cruz, Francisco I. Madero, Benito Juárez y Emiliano Zapata. Una versión de la historia que responde a ese sentimiento patriotero que tanto gusta a la sociedad mexicana y una perspectiva de la moral escrita y proclamada bajo su propio modelo. Así se sentaban las bases de un proyecto que, tarde o temprano, debía llegar al ámbito educativo.
Por cierto, tampoco se puede omitir el gusto que se tiene por las fechas conmemorativas que se deben incluir en los calendarios, días simbólicos que les permite convertir cualquier foro en una suerte de mitin que dominan a la perfección, enalteciendo sus logros y todo aquello que pueda incluirse en esa imagen que buscan proyectar. En ese sentido, hemos observado, por ejemplo, la inauguración de una refinería –que aún no está en funcionamiento– el primero de julio del año 2022, justamente cuando se celebraba el cuarto aniversario del triunfo electoral de López Obrador. Tampoco podemos olvidar que el 21 de marzo de ese mismo año, fecha en la que se celebra el nacimiento de Benito Juárez –uno de los héroes tutelares del sexenio–, se inauguró el aeropuerto Felipe Ángeles, con ese toque pintoresco tan afín a su estilo. Y sabemos que ya están señaladas las fechas para echar las campanas al vuelo en el caso del Tren Maya –claro, en los albores de las campañas electorales que sí están reguladas y permitidas por la ley–.
En ese contexto, puede comprenderse la urgencia que existía por implementar un cambio en el sector educativo, en su nivel básico, para iniciar el ciclo escolar 2023-2024. Nadie, con la suficiente sensibilidad y perspectiva, sería capaz de negar que existe la imperiosa necesidad de revisar, analizar y llevar a cabo una reforma educativa que nos permitiera afrontar las consecuencias de la pandemia: un rezago académico que se agudizó, la erosión de las habilidades sociales y de convivencia, así como la evidente desigualdad que existe en el país –por ejemplo, desde la infraestructura y los servicios mínimos con los que debe contar toda escuela–. Sí, aspectos que exigen respuestas que no tendrían que estar sujetas a la búsqueda política de ningún gobierno: también nos hemos acostumbrado a que en cada sexenio se presentan cambios en la educación, según las felices ocurrencias del mandatario en turno. Y, como se puede observar, en esta administración también se ha cumplido con la regla.
Sin embargo, todo “cuadra” en el calendario. Más allá de los cuestionamientos y la pertinencia de los contenidos –ya sabemos, por ejemplo, lo que se piensa en este gobierno acerca de la ciencia, la estadística y la historia–, para los tiempos políticos actuales llega en buen momento esta discusión, pues se convierte en un “caballito de batalla” que será bien aprovechado por la actual administración y por quienes pretenden dar continuidad a su proyecto de gobierno –por llamarlo de alguna manera–. Es evidente que no se podía perder el tiempo en seguir lo establecido por la Ley General de Educación para la elaboración y aprobación de los libros de texto gratuitos, se necesitaban colgar otra medalla antes de que comiencen las campañas electorales. Como diría el clásico, cae como anillo al dedo en los tiempos del Señor.
POR CARLOS CARRANZA