Voy por la banqueta, yo que estuve en las mejores fotos y fui simbolo nacional, vengo de zapato de segunda mano. Espero termine la calle o dé vuelta en la próxima esquina para seguir espiando al destino. Soy un coche de carreras cuando se necesita.
Sujeto a la pared salgo del bar de la calle y se puede ver la noche ya cayendo. Como un veinte. O como setenta kilos de madera y un metro de grava y dos de tierra en la capital de Etiopía.
No he descansado y no me quejo, todos los días son este, nunca se ha vivido otro. Todo el tiempo es el mismo, dice mi abuelo Octavio. El primer día es el último y uno aprovecha para nacer, traer novia y morir. Uno muere de la mano del otro implacable zapato.
Desde hace rato espero que el día termine, que comience la noche y me libere. Este día me levanté con el pie izquierdo como si nada más tuviera ese o tuviese que pagar un varo por levantarme con el otro. Sería un fraude.
Como esto que les platico, pues al fin y al cabo si bien aún no me baño ni siquiera he puesto el pie izquierdo en el piso frío, tampoco soy
Desde endenantes espero que termine el día. Debo decir desde en la mañana, cuando abrí los ojos y dije ay jijuela chingada ya es bien tarde, pero es sábado, y no trabajo. Vaya susto.
Pero me levanté con el pie izquierdo y con el 13 en la espalda. Calentando la fría y frívola banca. Con el agua hirviendo, echenle hielo, tengo necesidad de un baño cercano a los polos, pero soy meridiano, trópico de cáncer, me estoy derritiendo.
Aquí tenemos ya dos flautas de harina frente a frente. Aunque sea caliento en la imaginaria, leo el almuerzo en esa fonda donde descubrí gente. Una de chicharrón y otra de salsa verde se vuelven prioridad para las manos. Sé que hay un estilo particular para estos guisos hechos a mansalva y sin contemplaciones. La ciudad tiene ese culinario emblema.
Salgo del establecimiento yo el mismo de siempre muy sonriente, recuerdo que eso ocurre después de que uno come. A población abierta soy uno que ha comido. ¿Cuál será el índice de los que no lo hicieron? Si estoy soñando no me despierten.
Con mi vista en el suelo, por momentos evado mis zapatos, pero los zapatos si miras hacia abajo se asoman a cada rato, de modo que tengo que ver el zapato izquierdo que tiene hambre y sed de justicia. El zapato derecho sin suela, pisa como si llevara prisa y no lleva.
Debería haber un subsidio para explicarme más a fondo, pero llevo dos pesos perdidos en la bolsa izquierda del pantalón y es todo lo que hay para mi en este país. Camino como siempre, como muchas veces lo he hecho, soy un aferrado transeúnte en un pueblo bastante pequeño que lleva mi nombre. Soy un simple zapato que carga a un sujeto.
Desde que me inventé tengo la sensación de traer trocados los zapatos, sí, yo, el del número 13. No hay cambios en el equipo de casa. Me correrán junto a todos con una navaja en la mano. Pero aún es tempra y estamos jugando, es el cambio climático.
Aún podemos jugar a la pelota con las bardas y aventarse por el balón salvando al equipo local de un inminente gol. Pero yo no soy portero. Sólo soy el número 13 que calienta la fría banca.
Es mediodía y se vislumbra la tarde, aquí desde en la mañana es mediodía. Espero que el día acabe como otros desean continúe. He conducido desde temprano y usted sabe los dedos protestaban. Tan suave que es la tarde como ver una película. Uno forma parte del elenco y del respetable público.
Voy por la banqueta con la barba cerrada en los aparadores. Todo el fervor del centro comercial vuelve a mi mente. A dos kilómetros deja de verse uno, no se distingue si cae águila o cae sello. En Ia vida no hago más que caminar por la infinita calle
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA