No existen personas malas ni buenas, yo soy el malo. No existen feos ni guapos, soy yo el ridículo, absurdo, viendo el espejo, pensando bonito; llevo años creyendo eso.
Mi cuerpo es la habitación vacía que no habito. Desde otro extremo en silencio, el semejante suele tener puntería a la hora de mis adjetivos.
Soy el bosque que usted podría visitar, si espera que escampe, cuando no llueva ni haya riesgo de un rayo. No es bueno permanecer bajo un árbol.
En los restos de la era empiezo el siglo de vidrio. Miles de paredes desmantelan las cumbres, el color metálico invade las parvadas de pájaros y la procesión de ladrillos le da forma a la gran jaula en que vivimos. Por lo demás, según yo, tejo fino.
En la calle voy driblando, haciendo fintas, esquivando carros que creo quieren atropellarme. Viajo en zig zag como un ciclista ebrio y no obstante, si usted lanza una piedra, seguro me pega, haga usted la prueba. Mejor no la haga. Este no es un partido llanero en el cual si puede patear por encima del arco, le matarían. Llevo el alquiler del cuerpo con la deuda hasta sus últimas consecuencias. Un día vendrán a cobrarme el nombre y diré que soy Juan y no como me llamo. Soy mi gemelo, dije a uno que creyó verme en el centro. No me he movido de este sitio. Para ver mejor me cubro los ojos, es lo mejor.
Si me descubro me descubre el pueblo, sabrán de mí dos o tres vendedores ambulantes que no fían, una pareja peleando en el parque y varias cotorras alegando en Ia copa de un orejón gigante. En lo que voy canto una extraña canción que luego olvido.
Digo un poema hablando en lenguas, destrabo la memoria y no recuerdo a dónde iba cuando era niño, en qué instante me volví este que camina, yo el que corría.
Sigo yendo con el tiempo, si digo mañana, quién sabe si llegue siquiera a más al rato, en peligro me quede a descansar para siempre, ¿qué va a saber uno? Todos intentamos ir a todas partes, pero al llegar no llegamos, ni siquiera hemos comenzado.
En el camino encuentro gente en sentido contrario y creo que van a donde yo emprendí el rumbo “¡regresen¡” les grito “¡están equivocados! “, y ellos me gritan lo mismo. En la voz guardo mi código sonoro, el viejo saxo, la danza de las palabras para una queja en el fuego y en las barricadas callejeras.
No existe mi historia, pero salvé la parte noble de la leyenda, dicen que soy otro y hay quienes apenas me reconocen. Salvé el néctar amargo, la vigilia de un párpado, el Dios ahogado en el bautismo. Después, resucitado del olvido, traje un crucifijo de palma; salvé todo el caos, el disparate de un barco tierra adentro, el salitre
de la piel, luego de escapar de una avalancha de gente.
Podría llevar mi resortera, mi honda corta, mi segueta de mano, mi lámpara escondida en los zapatos, el baño de lágrimas, pero a cambio llevo mi fe ciega y caigo. Llevo los miligramos pesados, los milagros contados, las moléculas para levantar el cuerpo pegado al asiento en la sala de espera del hospital equivocado.
La tarde está al acecho, pero no soy un chiquillo y puedo permanecer despierto hasta muy noche. Ignoro sea prudente.
El tiempo imperceptible me agarra por la espalda y arquea mi cuerpo, yo me estiro, le despisto, bostezo un poco, me importa el foco, la luz que pica las cortinas, el viento carajo infiltrado en los huesos.
Borracho soy más humano que un poeta, bailo algo de rock abajo de las cobijas. Por el orificio, hasta donde se puede ver, nadie hay en los espejos que se van apagando. Sí, soy el guapo a la hora en que todos los gatos son pardos. Eso queda lejos de mirar traseros, de trasferir piropos a un callado momento, instantes antes del total silencio.
HASTA PRONTO.