La memoria es corta e impredecible. No es que uno a voluntad conserve lo creíble ni lo que sabe. El olvido se ha ido saliendo por las rendijas del mundo y hay un mar profundo a donde van a dar los grandes olvidos.
En el fondo revolvente del conocimiento se confunde lo falso con lo cierto. Lo que vemos no es, y lo oculto prevalece si no buscamos, si no vamos, si no sabemos observarlo.
Nos hemos vuelto red social, multifacéticos, multicolores, espejos, sujetos de otros pensamientos, somos cada vez menos lo que somos, cada vez más un mundo ajeno a lo propio, ajenos a las dos o tres palabras que nos definen, nadie podría adivinar quiénes somos.
Siempre ha sido así, pero antes no lo sabíamos. Sabemos más y menos. Más o menos de todo, sabemos en realidad tan poco. El proceso del conocimiento es el descubrimiento de la ignorancia. Cada etapa encubre a otra, cada ruido soborna un silencio, cada certeza es un dilema.
La memoria discrimina: uno eligiera los momentos felices, mas la memoria guarda únicamente lo significativo para un espacio vacío. Con ello se vive. Uno dice: por aquí voy, y de pronto un tramo del camino nos es desconocido. Nadie nos trajo, vamos solos y si hay más personas es lo mismo. El omega es un camino solitario.
A cada segundo, quizás antes, hay convocatorias invitando al olvido. La memoria acude a la ceremonias e ignora el número de veces, los colores, el dato preciso y las fechas, todo después es insignificante. Si alguien pregunta, nadie sabe, no existió, no es cierto.
Los niños podrán, en un futuro no lejano, nacer más sanos y programados, serán héroes y villanos como nosotros, pero leerán la vida con una mano, habrá quienes adivinen el futuro al apretar una tecla, conocerán el mar como era.
Nada se sabe de lo que se sabrá, la vida dispersa de esa manera en vez de unir podría tener un multiverso donde los niños jugarán a los vaqueros nostálgicos, quizás. No hay certeza en un mundo actualizado, en una hoja borrosa del tiempo. Las verdades a medias inundan y unden al mundo globalizado de intereses. La lucha es desigual, mas nadie sabe quién es cada cual.
En alguna parte lo sencillo será lo más costoso por difícil. Lo real tendrá un precio incalculable si un ciudadano al ver por la ventana lo describe. La suerte surtirá parejo a los comenzales que se avalancen con mayor entusiasmo al bolo de los centavos.
En otra parte alguien pedirá lumbre para apagar el cigarro hecho de humo, qué tal un whisky señor, será un gusto por último. En el paisaje del cuerpo, mil tatuajes harán difícil la tarea de encontrar uno, entre todos los realizados, con fines específicos, el de la secundaria. Podrá leerse así el motivo de un arrepentimiento y la clave morse de lo incomprensible.
Los escritores- como ocurre ya- hablarán mucho y escribirán menos, serán celebrados por un pequeño dicho, un pelo ensortijado, un microscopio en los ojos, un telescopio, un nuevo microbio en el transporte urbano. Pudiera ser el escritor una especie en extinción perseguido y obligado a decir algo… algo así como un anuncio en Facebook.
Al rededor del mundo crece la plataforma uniformada, la planta que da un único fruto. Se concentra la forma de ser, un lenguaje diverso que dice lo mismo. Nos emparejamos rumbo a la convergencia del mismo destino llenos de pánico o alegres de pertenecer a ese algoritmo.
El asunto es que somos distintos. Nuestra huella dactilar sin embargo es única en cada uno. No hay dos. Cada uno de nosotros sentimos distintos el fuego, el agua y la provocación constante de los estímulos. El plan para unificarnos, si alguien lo hubiese planeado, ha fallado. Por eso el mundo no se acaba.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA