En la mitad de la década de los noventa, para cualquier joven medianamente identificado con las causas sociales, era inevitable sucumbir ante los encantos del zapatismo que germinó en los Altos de Chiapas, pero trascendió a la conversación política de todo el mundo.
Al frente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el Subcomandante Marcos era un imán de reflectores.
Tampiqueño de nacimiento -al menos eso indica la versión más aceptada sobre su identidad-, poseedor de una prosa filosa, logró poner los ojos del país sobre la realidad lacerante de las comunidades indígenas, víctimas históricas de discriminación, pobres entre los pobres.
El sub, antes conocido como Rafael Sebastián Guillén, estaba muy lejos de otros líderes insurgentes latinoamericanos, incluidos los mexicanos.
Aunque el EZLN nunca dejó de ser un ejército, pronto se hizo evidente que la estrategia de Marcos y los suyos era una muy ajena a la de las armas.
Su relación epistolar con los grandes escritores mexicanos y del mundo, sus diálogos con “Durito el Escarabajo”, la creación de los caracoles y los municipios autónomos, pronto fueron más importantes que cualquier tentación de volver a las armas para pelear una guerra desigual que ya había dejado cerca de 200 muertos aquel enero de 1994.
Doce años después de aquél levantamiento, Rafael Sebastián Guillén o Marcos, que en ese entonces se hacía llamar Delegado Zero volvió a Tampico.
En noviembre del 2006, a unos meses del triunfo de Felipe Calderón, llegó al sur de Tamaulipas “La Otra Campaña”, con la que el zapatismo plantó cara al sistema político y económico que dominaba -y domina aún- en el país.
En aquel momento, Marcos fue muy criticado por negar su apoyo al candidato de la izquierda partidista, hoy presidente de la República.
“Calderón trata de obviar la carga que para el país ha significado el gobierno de Fox, y AMLO trata de obviar la corrupción del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Si un proceso electoral es eso, entonces por qué no se le dio oportunidad a la gente de elegir otros”, dijo en alguna entrevista para La Jornada.
“No, nosotras, nosotros, zapatistas, NO nos sumamos a la campaña ‘por el bien de todos, primero los huesos”, remachó.
Su arribo al puerto, claro, estaba condimentada por la curiosidad de verlo en la que se supone, es su ciudad natal.
“Buenas noches Tampico, capital del mundo y sucursal del cielo”, saludó esa noche ante una Plaza de la Libertad repleta de simpatizantes y curiosos que querían ver al comandante del pasamontañas.
En su discurso habló sobre lo que le dolía al país, de la discriminación a los indígenas, a los ancianos, a los homosexuales, a las mujeres, en un mensaje que bien podría haber sido pronunciado en nuestros días.
“Duele si eres mujer: mujer joven, madura, adulta, o niña. Para el resto de la sociedad sólo vas a ser un objeto, y como un objeto vas a ser tratado y exhibido. Ningún respeto para tu inteligencia, para tu capacidad, para lo que sabes. Todo el esfuerzo para tratar de aparentar un modelo de belleza que ni siquiera pertenece a estas tierras, viene de más al norte. Duele ser mujer aquí en México”.
Después de eso, y aunque alejado de los grandes reflectores, las reflexiones de Marcos siguieron siendo con el paso de los años, una referencia para quienes años atrás nos maravillamos con las historias de “Durito el Escarabajo”.
El fin de semana, en un comunicado sorpresivo tanto como enigmático -porque no reveló mayores detalles-, el EZLN anunció la disolución de sus municipios autónomos y las juntas de buen gobierno, que mantenía en los Altos de Chiapas como inédito sistema de organización civil.
Poco antes, el ahora conocido como Comandante Insurgente Marcos, había advertido sobre la situación crítica que se vive en el sureste mexicano, como reflejo fiel de una realidad global.
“Vienen muchas desgracias, guerras, inundaciones, sequías, enfermedades, y en medio del colapso tenemos que mirar lejos. Si los migrantes ahora son miles, pronto serán decenas de miles, después cientos de miles. Vienen peleas y muerte entre hermanos, entre padres e hijos, entre vecinos, entre razas, entre religiones, entre nacionalidades. Arderán las grandes construcciones y nadie sabrá decir por qué, o quién, o para qué. Aunque parece que ya no, pero sí, se va a poner peor”.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES