Pues bien ya estamos aquí instalados en Ia tienda de la mañana. En los primeros pulsos del día se respira el aire nuevo y el alma despierta los primeros movimientos que dan las señales de vida al mundo.
Damos los primeros pasos y el mundo rota y se traslada a otras estaciones del sistema. Se agregan y quitan los minutos de la existencia y se atiende al momento único y especial de la convivencia.
Comienza a amanecer y comienzo a comprender lo dejado atrás. Al dar la vuelta logro apenas recordar en pedazos el sueño que tuve.
Hay más de mil asuntos, intento remover la paja del heno que rueda con el viento por el camino, despejo la claridad de la vista para observar un objeto, distinguir otros que vienen a mi encuentro.
El mundo se levantó a escribir y leer, a ejercer un quehacer según el oficio, a bañarse para acudir al trabajo o a la escuela, simplemente para hacer ejercicio. En las noticias del diario quedó escrito el día anterior, los sucesivos hechos de nosotros y los otros, aquellos, lo que se hizo, lo que hicieron.
Un deber entre el cielo y la tierra que nunca sucederá jala una broma. Hay mucho parque a nuestras espaldas para la narrativa de los días ahogados. Hay mucho para hacer reír al vacío.
Es temprano y el día me arroja hacia adelante, no hay marcha atrás, los transeúntes marcan el paso, se detienen un poco y luego avanzan sin cesar. Las miradas se contagian de otras que las miran. Hay quien habla, quien grita y quien escucha desde su gruta silenciosa.
El sol se asoma por debajo del gran penacho, monta su caballo y marcha a la guerra. Abajo nosotros, pequeños soldados, ejército invasor, apuramos el almuerzo. Créanme que vivimos, hemos reunido mil cosas, el traje, el vestido, el tiempo, los zapatos muy puestos, la terquedad frente un abanico que dormita como un pájaro.
En todos los idiomas el día pasa, al otro lado el cielo estrellado contempla un océano. Hay fuego y humo, nieve en el cono de un niño. Alguien desea escribir una carta, irse unos días, y el día se nos va yendo con la pretendida eternidad, con sus tarjetas diarias, con el botín del recuerdo.
Bajo el ropaje del viento se va desprendiendo el desnudo. Detrás de la ventana vuela un cielo a través del país, en vagones, en camionetas que mudan el tiempo. Llevamos hacia el invierno la maleta con los guantes, el abrigo para poder decir no tengo frío.
Somos huéspedes solidarios de este silencio. Frente a todos el espectáculo contiene pompas de jabón que estallan al ser descubiertas, terminan unas y empiezan a ser otras sin repetirse nunca.
Sobre toda la vida hay poemas nuevos, cada uno hecho a la medida. Sin embargo es un privilegio saber poco, es interesante dejar que ciertos episodios fijen el calendario, es parte de la vida llenar los buzones, pisar el césped con un letrero de lo prohibido.
Una mariposa ensaya el vuelo antes de la fotografía, en las hojas de mis párpados aprecio la belleza de estar juntos. Nunca hay suficientes muelles para montarse a los instantes luego de una tormenta. Tenemos que respetar los horarios, la hora de abrir y de cerrar las puertas. De todas maneras este resulta ser el mejor momento para ejercer mi oficio.
El tema de vivir no pasa por lo económico, puedo llenarme de arbustos, convertirme en hojas, apiadarme de mi cuerpo individual y transformar la médula de mis huesos, sin deuda. Y puedo ser, a saber, desechable en una isla de pólvora.
Estaré allá y acá en segundos y tal vez recuerde este instante, yo el comediante espontáneo sin público.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA