En primer lugar, da gusto advertir que el nombramiento del nuevo rector de la UNAM, Leonardo Lomelí, economista e historiador, fue convenida unánimemente por la Junta de Gobierno.
El académico desde hace años forma parte de la estructura de la UNAM, por lo queremos entender su conocimiento íntimo del exitoso programa que siguió el doctor Enrique Graue, que recién termina su segundo periodo en ese importante cargo.
Lo que menos necesita es que el rector de la UNAM, uno de los pilares de México, hubiera sido producto de individuos o grupos que ven en esa crucial responsabilidad la vía de realización de un proyecto ajeno a la tradición histórica y de las necesidades reales de nuestro país.
La UNAM hunde sus raíces en la Real y Pontificia Universidad creada por Cédula Real de Carlos V en 1551. Hermana, por cierto, de la Universidad de San Marcos en Lima, por coincidencia de fechas, durante los tres siglos de la Colonia desarrolló sus cátedras siempre en latín para bachilleres, licenciados y doctores, como era la usanza de aquellos tiempos.
Hacia finales del siglo XVIII llegaban los vientos de nuevas precursoras del liberalismo, que habría de marcar el futuro del pensamiento occidental.
En 1865, Maximiliano de Austria cerró la universidad para instaurar el sistema liberal de escuelas nacionales, al estilo francés. Justo Sierra promovió la creación en 1910 de la Universidad Nacional de México con intención de desvincularla de la antigua Universidad Pontificia. De hecho, no ha sido así.
La memoria de la primera universidad en América es clara. La presentación simultánea de los escudos es frecuente y la Universidad de México no niega ser heredera de la fundada por España.
Hoy un reto principal de la UNAM es la explosión demográfica, que la ha llevado a tener una inscripción actual de 257 mil 681 alumnos. La respuesta a la demanda de educación la ha llevado a crear facultades e institutos más allá de la Ciudad de México.
Si antes por ser la universidad el inevitable foco cultural a donde acudían todos aquellos que deseaban estudiar una carrera, esa necesidad la convirtió en el centro más importante de integración nacional. Estudiantes de todos los rincones más apartados del país se encontraban en una fusión que hoy día se realiza por las redes sociales juveniles.
Por otra parte, la universidad padece violencia, atracos e incluso homicidios que trágicamente acontecen en sus campos. La autonomía de la universidad se ha utilizado para impedir la entrada de la fuerza pública para responder a esos casos.
Esa interpretación, que sólo favorece a los individuos o grupos fuera de la ley, debe ajustarse a la realidad. La universidad sigue siendo el factor educativo más relevante de México y su papel es seguir aportando vigorosamente al desarrollo de nuestros talentos.
El ajuste en los currículos para incorporar los avances de la ciencia y tecnología a la formación de los profesionistas de futuro se fortalece en mantener viva la consciencia de la ilimitada riqueza cultural de los individuos y grupos que componen e identifican nuestra nacionalidad.
Expresar y actuar en este campo requiere que la UNAM continue ampliando sus múltiples vínculos con los más acreditados centros culturales del mundo, ofreciendo ventanas a éste y, con ello, inspirando la creatividad de la juventud que acude a ella.
Si en un momento de nuestra historia la universidad fue el foco más importante de preparación profesional, hoy en día tiene que compartir esta tarea con la pléyade actual de todas dimensiones de universidades privadas, organizando con ellas cursos y simposios especializados.
México está en una aguda necesidad de profesionistas de todo nivel. El apoyo financiero del gobierno ha de continuar por un tiempo indeterminable.
Para no poner a prueba la independencia de la UNAM, ese apoyo ha de ser sin requisitos o condiciones ni presión política.
La ideología es enemiga del conocimiento. Es indispensable que la UNAM mantenga la libertad de cátedra; ésa, su más preciada virtud, que fue gallardamente defendida en los años 29 y 33 del siglo pasado. Los problemas socioeconómicos, al lado de las amenazas ecológicas previstas, serán el entorno que afectará a la vida de la universidad y que son ahora más graves que nunca.
Al nuevo rector, economista, le expresemos nuestros fervientes deseos de un éxito siguiendo el magnífico ejemplo de su antecesor.