Los recientes debates sobre las candidaturas a las gubernaturas de 2024 han logrado que voces furibundas se pronuncien contra la postulación de mujeres en entidades donde las encuestas las ganó un hombre y contra las reglas para la implementación de la paridad.
“Tres de cinco candidatas de Morena – incluida Brugada– perdieron las encuestas, o sea que no las querían los votantes, pero se les regaló la candidatura por su sexo, no por méritos. Una imposición antidemocrática que encima degrada a la mujer.
No es Paridad sino Caridad de género” posteó el periodista Pablo Marjut en X. Cabe aclarar que el enojo de los hombres y las mujeres que piensan y sienten que es una injusticia la que se comete con la implementación de estas medidas afirmativas tiene una explicación que se llama patriarcado.
La obtención de una candidatura a una gubernatura como es el caso de Clara Brugada, ha pasado por un largo camino lleno de obstáculos.
Su carrera política se ha construido partiendo de lo edificado por valientes mujeres que la precedieron en la lucha por el reconocimiento de sus derechos político – electorales. La paridad, como principio rector, busca rectificar una histórica injusticia.
Históricamente, las mujeres han enfrentado obstáculos significativos para acceder a roles políticos de relevancia.
La paridad, en este contexto, no solo busca equilibrar las cifras en las listas de candidatos, sino abordar la subrepresentación estructural que ha limitado el pleno ejercicio de los derechos políticos de las mujeres.
Al día de hoy, las mujeres estamos subrepresentadas en diversos ámbitos, incluyendo el político; como resultado de una intersección compleja de factores que han persistido a lo largo de la historia.
Estos elementos se entrelazan y se refuerzan mutuamente, contribuyendo a la marginación de las mujeres en la toma de decisiones.
Las mujeres y los hombres no competimos en condiciones de igualdad, existen factores que afectan desproporcionadamente a las mujeres, como la cultura patriarcal que han asignado roles específicos a hombres y mujeres; y perpetuado la idea de que el liderazgo y la participación política son dominio exclusivo de los hombres; la discriminación y la violencia de género que, constantemente, intimidan y desalientan la participación activa de las mujeres en la política.
El miedo a represalias y el riesgo de violencia han actuado como disuasivos significativos. A esto, se suman las mismas estructuras políticas tienden a ser exclusivas y dominadas por hombres y que oponen mucha resistencia a los cambios, lo que han dificultado la entrada de mujeres en la esfera política; las expectativas sociales en torno a los roles de las mujeres que, a menudo, les imponen una carga desproporcionada para equilibrar responsabilidades familiares y políticas, lo que puede limitar su capacidad para dedicarse plenamente a carreras políticas.
Así como los procesos de selección de candidaturas, de obtención de financiamiento y apoyo, marcados por sesgos de género y discriminación, lo que dificulta que las mujeres obtengan el respaldo necesario para postularse y tener éxito en elecciones.
La superación de estos factores requiere esfuerzos coordinados a nivel cultural, social y político para construir un entorno que fomente la igualdad de oportunidades y elimine las barreras que han mantenido a las mujeres relegadas en el ámbito político.
La representación política de las mujeres no es un objetivo en sí mismo, sino un medio para enriquecer la calidad de la toma de decisiones.
La paridad no es caridad es justicia social, pues la inclusión de mujeres en cargos de elección popular no solo diversifica las voces en la arena política, sino que también aporta perspectivas únicas y enriquecedoras, democratiza la participación política y fortalece a nuestra democracia.
¿Usted, qué opina?