Y estoy aquí alucinado con el día. Tápame sol con un rayo, cuelga de mis manos la sombra y la sombrilla de un mediodía. Alegre, el día es el pasaje de una mosca sonriente en el viento, lo vi en un video. Sobre un claxon que apagó la calle mis dedos de escarabajo sintonizan la radio.
Contado por los dedos el día pasa el vino amargo y la dolce vita. El día es un extraño, un sueño, el triunfo de alguien y el incesante fracaso de otro. Alguien como yo anda en las calles buscando su fantasma, pero nadie hay aún y se hace tarde a cada rato.
No quiero decir nada y lo digo, niego y acepto que niego, estoy hecho a espaldas de una nube sin palabras bajo la lluvia.
Ignoro si se habrán dado cuenta que es de día, hay gente que respira adentro de sus casas. Afuera las paredes contienen el mapa de las colonias, señores sabios hablando del último juego del equipo del barrio.
Entre las gentes el día, si así lo desea, cuelga de un alambre o asiste a un restaurante, en resumidas cuentas con los ojos abiertos amarra sus huesos al café de la tarde con un cuate que no falte.
Con todo, el día sigue dependiendo del sol y el hombre es arrastrado por el viento. Entonces nos ocurren cosas: comemos chetos con una musiquilla en los labios, entre un montón de ojos descubrimos el sábado, hablamos con extranjeros, nos tomamos de la mano al compás de un baile que deja pendiente un abrazo clásico.
Entre la colectividad lo individual de la naturaleza desafía todas las singularidades. Dedico este texto a este texto único. En la realidad que rebasa mis sentidos escribo de este día en partículas del diario.
Hoy es un buen día, cruzo la plaza donde hay gente sentada en las bancas. En el techo de la ciudad hay mariposas monarca pasando por esta parte del continente rumbo a su santuario.
Escribo en un espejo que registra el tiempo. Quien escribe se llama como yo que me he alejado un poco para observar mi otro lado, de ese modo voy leyéndome con las debidas interrupciones del baruyo del centro.
Las luces de colores gotean de los semáforos y detienen la vida. Uno pasa por abajo de la tierra prometida, esculca el bolsillo del pantalón donde había una lista con el mandado, una rondana de la infancia acaso, el tiempo pasado.
Busco una banqueta para sentarme conmigo a revisar los minutos y las horas sin esfuerzo alguno. ¿Qué me diría a mi mismo mientras tanto, en lo que arrojo piedrecillas al pavimento?
La urbanidad me envolvió en los otros, tengo que salir a cuadro en unos momentos, decir ya llegué. Faltan cinco minutos para cumplir con mi puntualidad gregaria. Tengo todo empacado, pronto pasará el ómnibus que me lleve al aeropuerto en donde empezó todo esto.
Aún venden aguas frescas por la calle, un vato va atado a un perro rebelde, llevan mochilas negras, traen hambre, se imaginan tacos, un señor ya grande piensa en Ia elección de ver el horizonte, con humor soy el autor de estas imágenes, al otro cachete debe haber más gente.
Uno entre todos me habla, alguien me ve como mira todo, el día multitudinario, contradictorio, sencillamente continúa su marcha hacia el poniente. Aprieto los dientes, busco un envase de caguama donde no hay nada, escribo de lo que no sé, ¿mas quién podría saberlo?
Es un día como cualquiera, tendré que inventar otro que pase atravesando las calles en carro o a pata y se dirija con un propósito bastante definido a buscar un lugar en el mundo donde pueda entablar una charla sin sentido. No sé. Acaso un café con Borges, un cigarro con Cortazar, un suicidio con Hemingway, como dice el poeta.
HASTA PRONTO