8 diciembre, 2025

8 diciembre, 2025

Viaje al mundo desde una banqueta

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

En cualquier calle encuentro a un pálido Razkolnikov. Atrás podría imaginar a Dostoyevski pero en esta novela no existe. Los personajes juegan a ser niños de siempre en el jolgorio que se detuvo en las esquinas. Hay para empezar un juego de fútbol con porterías de piedras en el pequeño pasado rebasado por los carros.

El viaje por la banqueta incluye varios países incluido el nuestro de cada día. Hay calles desiertas pero también tumultuarias. Un empleado con prisa a esta hora de la mañana cruza la vista y el palacio italiano.

Ha salido el sol. Una mujer saca un cigarrillo y lo enciende sobre una escalera. El sol se desplaza en inglés entre las nubes de este frío todavía metafórico. El cielo parece que se mira en un espejo donde los pichones comienzan a multiplicarse.

La iglesia catedral podría ser la de cualquier lugar del mundo, con sus campanarios y la ilusión cercana al cielo. No lejos de ahí, en algún patio todavía hay gallinas ponedoras y juguetes olvidados en el residuo de los rincones.

Un camión de carga trajo todo a estas casas centenarias incluidos las reinas, mozos, los radios y las desaparecidas antenas de los televisores. Otro camión, sin gran esfuerzo pudo con todo y partió sin nosotros.

Desde lo alto de una torre de cristal se observa el río, el otro lado del puente, las calles que llevan nombre de otros estados de la República y de los héroes que la comunidad señala como héroes que nos dieron patria.

Con la niebla la ciudad es Londres y para eso camina elegante de acuerdo a su outfit una mujer con gabardina entre coches estacionados en espacios que simulan una estación de autobuses, va para la colonia Amalia donde nace el viento huasteco.

La redundante plaza de armas es pues el centro de la ciudadanía donde se ven jóvenes que alegres no tardan en salir de vacaciones. Es posible que en la noche despierte el fantasma del General Pedro José Méndez, dice el mundo. Hay leyendas de las más antiguas construcciones de sillar del tiempo de Don José de Escandón y de los españoles.

En cualquier parte encuentras gente de origen libanés, italianos, estadounidenses, árabes, aquí sobreviven los linajes de todas la ciudades, los veranos del mediterráneo, los sueños como historias de Sherezada, y tambaleando los miembros activos del escuadrón de la muerte en la estación del tren que no se detiene. Todos envueltos en las redes sociales.

Si uno pone atención escucha música rusa en los aposentos dedicados a la cultura, habrá fiesta más tarde en casa de alguien. En medio de la nostalgia nadie extraña edificios newyorkinos en las casas de una sola planta.

El toque de Diana de una escuela cercana me despertó junto a la ventana, transcurrido así, en esa orilla navegué en la memoria de todos estos años de barrios, bares con canciones de los Beatles.

Otros lenguajes se insinúan por debajo de los mensajes dejados en las esquinas. El movimiento del reloj aquel, aún palpita en el cuerpo. Unos días entre los girasoles y rosas basten aquí para saber dónde queda la salida a Tula, con tanta historia.

En el aeropuerto una nave levemente agitada sacude la turbulencia efímera de la ciudad del viento. Por ahí es Turquía donde la ciudad almacena espacio para el cuerpo. En la llegada de los viajeros se puede percibir el albergue de la fantasía hollywoodesa. Sonriente.

Estoy a punto de inventarme. Verme al fin un lindo sábado recorriendo el dispendio del día libre, con los ojos puedo hacerme del manantial de olores que despide la brisa del desayuno en una cocina económica. Sin mucho esfuerzo.

HASTA PRONTO

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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