8 diciembre, 2025

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Café en un vaso de unicel

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

A veces me pregunto quién soy. Nada soy . Soy acaso un vato que toma café de un vaso de unicel en una fonda del 5 Hidalgo. Es todo, a lo lejos alguien canta y no escucho. Antes de eso un oferente subió el volumen de su impecable bocina de Coppel. ¿Estoy solo o así quiero sentirme? Con tanta gente.

Por la acera viene un hombre con su morral del jale. Trae sus enceres que le son necesarios: un martillo, un nivel chico, una cuchara plana desgastada, un agujero por donde escapa el alma.

Atrás viene una chava que pasa indiferente, nada sucede entonces hoy sino el paso del momento que es ciego. La vida ocurre allá y yo aquí sonriente. El viento grande como una sábana respira bajo el cielo donde las aves dejan caer su vuelo.

La vida seduce al correo que lleva la señas, gesticula con el cuerpo entre los pétalos, los labios cercanos se anticipan y dicen algo. No alcanzo a escuchar todo. Yo me muevo en la escarcha, sorbo un trago de café mientras sigo pensando.

Nada soy en mi novela, en esta narrativa sin documentación veo gente reunida. Entre los personajes hay monólogos aún no escritos como para hacer la vida ligera. De nuevo en mi cuerpo, sigo siendo el minuto certero, arreglo cuentas conmigo, esencialmente pago las consecuencias de la mañana fresca.

Una persona llama a una puerta donde al parecer no hay nadie, hago una encuesta sobre el quehacer, y de las posibilidades de los pies de otros, y no me muevo en lo que habilito el sentido del olfato para oler la calle, las flores emancipadas de los bulevares.

De uno a otro lado no soy el que me habla ni aquel que pasa huyendo de su temprana sombra. Nadie me ha visto cerrar los ojos como planta solitaria en la vegetación nocturna. Me habito en lo desconocido, luego abro la ventana y observo a una señora que pasa pidiendo el número correcto de su casa.

Estaré bien bajo mi pelo largo, después de un cigarro amarrado a mis labios. No debería hacerlo pero me pregunto por qué nadie se queda en mis brazos para luego degustar unos huevos estrellados, planear un viaje que por Dios nunca se haga, para después los sueños y una vida así con todos los misterios.

Soy quizás un arquetipo en el número inexacto de una encuesta, un encuentro a cada rato en la nariz que se mete a una casa. Soy a las diez de la mañana, haciéndome tarde frente a una taza que se llena de refill en la amabilidad de un refri.

Soy el papel encontrado con un dato ilegible, soy el garabato hecho dibujo y el dibujo no planeado, la interpretación soy de un único artista que fue capaz de mirarse a los ojos. Soy el hábito que hace al monje, el poder que hace al querer desde una mesa de la coca cola.

Nada soy en el mundo del todo. En el mundo, siendo iguales, ya no existen contemporáneos del tiempo en el cual no se usaban zapatos de plástico. Fijo la memoria antes de irme del café puesto a la intemperie, pues nada quedará para la posteridad a merced de los ojos del hombre que degustaba un café y fumaba mucho. Nada soy en el pago ritual del café negro, nada del pintor delgadito que dejó dos varos.

Es una gloria no usar corbata y que el Interminable pantalón de mezclilla siga aquí. Me confundí entre las personas y hoy en día soy gente. Quepo en un microbus apretujado, en una lata de cerveza apilada una sobre otra. En una hora no definida existe mi presencia, puedo desear algo que nunca tendría, atar mi zapato de una esquina rota por donde el agua entra y sale como Juan por su causa. Sin justicia divina que valga.

Procuro no dejar huella de mis metamorfosis, los mitos, los trabajos, mis días aciagos, la monarquía absoluta de mis ideas. Procuro anotar lo que no diría una mañana como esta frente a una taza ya vacía.

HASTA PRONTO

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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