VICTORIA, Tamaulipas.- Don Samuel tiene 76 años y asegura que a excepción de una vez que enfermó de dengue, jamás se ha levantado después de las seis de la mañana.
El hombre, que dice no entender porque la gente usa ‘despertadores’ trabajo toda su vida como mecánico diésel. Primero como aprendiz en un par de talleres, y tiempo después puso su propio negocio.
“Siempre procuré ser cumplido y puntual con mis patrones, hasta que dije, bueno pues ¿porqué no ser mi propio jefe?”
De ahí en adelante empresas como la Coca-Cola, Pepsi, ‘Autotransportes Mante’, el ingenio azucarero de Xicoténcatl, John Deere y muchas otras más, solicitaron sus servicios durante décadas.
Del fruto de su trabajo sacó adelante a sus cuatro hijos, que ya hicieron su propia vida y tuvieron familia.
Desafortunadamente don Samuel quedó viudo hace muchos años y desde entonces vive solo, aunque con esporádicas visitas de sus ‘huercos’ como el los llama.
“Yo siempre fui completamente autosuficiente, aun estando casado si tenía hambre me preparaba un huevito o un café, o si necesitaba lavar una ‘garra’ no me daba pe- na hacerlo” relata el viejón de un metro y ochenta y ocho centímetros de altura.
-Y ya después que mi señora falleció, pues no me cayó tan de peso vivir solo, me adapté poco a poco, de hecho, hasta me volví medio astidioso, porque tenía todo bajo mi control, la casa en silencio y limpia, y las cortinas ce- rradas pa’ que no entrara tanta luz, porque a mí me gusta más tener las piezas se la casa asi como que oscuritas, ¿usted me entiende? – pregunta don Samuel al Caminante
– Si claro don Samuel, como que se vuelve uno muy celoso de su espacio.
– Ándele usted si ‘me capta’, digo, con to- do respeto hay gente que ‘no capea’ – acla- ra el hombre y le da un trago a su vaso de agua de horchata – llegó el punto en que ya de plano no quería ni recibir visitas, me mo- lestaba mucho que llegarán los testigos de Jehová, o los que ofrecen Internet.
– O sea que de plano no deseaba tener contacto con nadie.
– Con nadie, me caía bien gordo que las vecinas fueran a la casa a pedirme algo o cuando querían que los acompañara a reu- niones con regidores o babosadas de esas.
– ¿Tanto así le molestaba?
– ¡Me ‘repateaba’! llegué al grado se no querer que me visitaran mis propios hijos, ni en navidad ni mi cumpleaños ni nada.
– Híjole don Samuel, como que se estaba amargando ¿no?
– Me dice mi nieta la más chiquita que yo era “grinch” todo el año ¿si lo conoce verdad, el monito verde ese?
– Si, bien gruñón que es, y ya se le quitó por lo visto.
– Pos como no, con el mentado ‘covit’ to- do cambió, yo estuve entubado como veinte días y ya parecía que no la libraba, imagínese yo con 73 años y ya traqueteado, fue un mi- lagro que no me muriera.
– ¿Y ya con eso se le quitó lo enojón?
– Péreme pa’ allá voy; con el ‘covit’ quedé ‘sentido’ del pecho: tengo prohibidísimo fu- mar y me canso bien rápido.
– Que mal hombre – responde el vago re- portero.
– ¿Y qué cree? yo no lo aceptaba, me sa- lía a hacer mis mandados en el pleno solazo de al mediodía, hasta que un día me dio un mareo muy fuerte y me fui de hocico en ple- no centro.
– Que bárbaro jefe, ¿y no se lastimó?
– No gracias a Dios no me rompí nada, nombre a mi edad, de una fractura de cadera ya nadie sale vivo, pero si pasó algo que me hizo cambiar.
– ¿Pues que pasó? – pregunta ansioso el Caminante.
– Al dar el azotón me pegué en la cabeza y quedé medio noqueado, y las piernas no me respondían, se me doblaban. Pero luego luego se acercaron tres personas para ayu- darme a levantar, no podían conmigo porque traía el cuerpo todo suelto, lacio lacio, y me pusieron una silla en la banqueta y me trajeron agua.
– ¿No le hablaron a la Cruz Roja?
– Pues dicen que si, pero la pinche ambulancia nunca llegó. Total, que cuando me pude parar un matrimonio me ofreció que descansara en la sala de su casa, hasta me invitaron a comer y ya después hasta me llevaron a mi casa en carro.
– Mire nomas que bendición, ¿y los cono- cía usted a esa familia, aunque sea de vista?
– ¡Nombre! en mi vida los había visto an- tes. Pero después de que pasó eso cambió mi manera de pensar, ya no soy huraño y cada que puedo convivo y trato de ayudar a mis vecinos y conocidos, ¡hasta me da vergüenza que vine a aprender la lección ya bien viejo!
Don Samuel y el Caminante se despiden. El hombre enfila hacia su casa, convencido que aún hay esperanza para la humanidad, y qué aunque escasa, es posible toparse con la bondad de los extraños de vez en cuando. Demasiada pata de perro por esta semana.
JORGE ZAMORA
EXPRESO-LA RAZÓN