El cambio de funcionarios públicos de primer nivel, según le ha comentado a la prensa el gobernador Américo Villarreal Anaya, habrán de sujetarse a los resultados alcanzados y a la percepción ciudadana sobre su actividad, “de acuerdo a como se porten”.
Esto es para bien, tomando en cuenta que el mandatario requiere que todo el aparato gubernamental trabaje en una misma frecuencia.
Inclusive, de acuerdo con las reglas del sistema político mexicano –no escritas, por cierto–, ya transcurrió un buen lapso (14 meses) para evaluar el desempeño de todos y cada uno de sus colaboradores; y él está en todo su derecho de mover las piezas del ajedrez como parte del difícil arte de ejercer el poder.
Así, de acuerdo con sus atribuciones constitucionales, el mandatario puede disponer con entera libertad de las carteras otrora confiadas a las mujeres y los varones que alineó en su escuadra original.
Sobre todo, cuando es preocupación suya hacer que la maquinaria del gobierno redoble esfuerzos para beneficio del pueblo tamaulipeco.
La tradición política también marca que los relevos se ejecuten para retirar a los ineficientes, premiar a los esforzados, foguear cuadros y, por supuesto, cubrir los flancos que se han tornado vulnerables.
De ahí que no cause sorpresa, entonces, que a partir de este mes en la estructura gubernamental personajes de primer nivel dejen sus cargos para atender distintas tareas, en el mejor de los casos, o contribuyan a la estadística del desempleo.
Tampoco me extrañaría que, al renovado gabinete, incluso ampliado, se incorporasen individuos cuyos fierros corresponden a establos ajenos, porque si algo distingue a Villarreal Anaya es que sabe ser incluyente.
Funcionarios disfuncionales
La pasividad, durante 14 meses, ha sido una constante en distintas áreas de la administración pública estatal, por lo que mucho mérito tiene la disposición del gobernador para ejecutar cambios y enroques en su equipo de trabajo, pues sólo de esta forma, insisto, haría más funcional el aparato burocrático.
Esta consideración, además, la respalda el hecho de que el régimen no haya mantenido un mismo ritmo de productividad durante su ejercicio; y que haya sido el propio mandatario, precisamente, quien atendiera casi todo lo que en su tiempo y circunstancia un supieron resolver los actores más infructuosos que se desempeñan como virreyes.
Eso sin contar a los segundones que tanto gustan ponerles trampas a sus jefes, pues codician sustituirlos en el cargo sin entender que para ello se requiere más que ganas.
Por ejemplo, lealtad, institucionalidad, talento y humanismo, que son cuatro valores que según se ha visto les están negados.
Todo esto se refleja cotidianamente en los medios de comunicación masiva, impresos y audiovisuales, y es la percepción que los analistas políticos tenemos del actual régimen gubernamental a poco más de año de su inicio, por lo que compartimos el deseo poblacional de que al renovarse el equipo habrá nuevas y mejores expectativas.
Así, como resultado de una somera evaluación, se desprende que:
a) El grueso de los funcionarios le ha fallado al gobernador;
b) La estructura de la administración pública es disfuncional, hasta ahora; y
c) Resulta necesario, por salud del propio sistema político estatal, darle una sacudida al árbol gubernamental.
Obviamente habrá burócratas que no compartan esta apreciación y argumenten que el ejercicio del poder no se da en la prensa, sino en la práctica, aun cuando resulten incapaces de justificar su permanencia en la administración pública.
Pero de ello hablaré en análisis posterior.
Y enseguida de que el mandatario haga pública la reestructuración de su gabinete.
Agonía prolongada
Por salud del propio sistema político estatal, los esperados cambios y enroques deben concretarse a la brevedad, para evitar que los burócratas ineficaces, ineficientes e ineptos recurran al juego sucio en su loco afán de seguir pegados a la ubre gubernamental.
Hago el comentario por presumir que al prolongar su agonía los aludidos tendrían tiempo suficiente para elucubrar acciones que mancharan la imagen no sólo del equipo, sino la del mismo gobernador, en respuesta a lo que ellos considerarían una injusticia.
Esta realidad es la que se encubre mediante la propagación de logros aislados en el ejercicio público, pues algunos funcionarios aún pretenden hacerle creer a su jefe que trabajan al mismo ritmo que él, cuando es evidente su mentira.
De ahí se desprende, entonces, que ‘los sentenciados’ no procuren la institucionalidad para ser evaluados en su desempeño, sino que al cacarear cuanto hacen o dicen buscan obtener la ansiada calificación que los apruebe siquiera de ‘panzazo’.
Por eso sienten la necesidad de maquillar su desempeño.
En contraparte, no actúan igual que ellos los servidores públicos profundamente comprometidos con la responsabilidad asignada, pues anteponen la humildad y el bajo perfil a los reflectores que tanto buscan quienes ya asoman tendencia a seguir la tradición de enquistarse en el poder, con todo lo que ello implica, cuando sus propios subordinados y hasta secretarias conocen más acerca de los quehaceres administrativos de las dependencias a su cargo.
POR JUAN SÁNCHEZ MENDOZA
Correo: jusam_gg@hotmail.com
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