Sin distingos de ninguna índole, la sociedad mexicana acaricia la frontera del hartazgo, gracias a la incapacidad que muestran los actores políticos para alcanzar acuerdos y establecer un diálogo responsable que permita superar el peligroso desorden en que se encuentra el país.
Vivimos un escenario de confrontación cotidiana, en el que ninguna de las partes en litigio cede, y sí, por el contrario, se han dado a la tarea de ahondar sus diferencias generando tristes y patéticos espectáculos, que al mismo tiempo amenazan con salirse de cauce y provocar un real descontento social.
La rebatinga y pelea de espacios de poder tiene lugar en todos los frentes, sin que haya un árbitro confiable que reoriente y revierta el estado de las cosas que ya se encuentran en un punto crítico y enredado en demasía.
A este clima enrarecido también contribuyen, de alguna manera, los medios de comunicación masiva impresos y audiovisuales.
Sobre todo, la radio y la televisión, cuyos imperios se localizan en las ciudades de México y Monterrey, porque en su afán de ‘ganar la noticia’ del diario acontecer nacional auspician, consciente o inconscientemente, el linchamiento hacia una de las partes en pugna favoreciendo a la otra, sin que les importe nada más que engrosar sus auditorios mediante el amarillismo y la estridencia que también nos tienen cansados.
De esta forma la parcialidad y objetividad sucumben ante la versión panfletaria cargada de morbo y sensacionalismo con que son exhibidos los problemas hacia millones de radioescuchas y televidentes, que, de manera puntual (y brutal), reciben una serie de mensajes manipulados, en las más de las veces.
Generar confianza y credibilidad entre los distintos segmentos poblacionales, en torno a los asuntos públicos que debiera ser el propósito central de las autoridades y la prensa en su conjunto, se ha convertido en un simple concepto que adorna el discurso disociado con la realidad.
El ejemplo más claro de lo aquí plasmado, es que socialmente existe la percepción de que el sistema se niega a transformarse realmente y que las promesas de cambio y profundización de la democracia –a las que acudió el actual Presidente de la República para arribar al cargo–, no pasan de ser artificios y mascaradas a los que tanto es proclive la clase política de nuestro país.
Ello propicia el despertar del ‘México bronco’, con toda la frustración de un inconsciente colectivo al que no le importa quién lo hizo y es culpable… sino quién la pague.
Esto, además, ocurre en situaciones de la vida cotidiana, donde la sociedad tiende a vulnerar las reglas y leyes establecidas, mientras que los poderes y encargados de hacer que éstas se cumplan se encuentran enfrascados en una lucha sin cuartel que amenaza la seguridad nacional, en tanto se privilegian posturas sectarias y partidistas en abono al caos y en detrimento al orden y la justicia.
Política indignante
En el actual contexto, donde se agita la República Mexicana merced al enorme ruido que hacen los grupos de interés, es cuando se afianza la necesidad de que la política sea dignificada.
No es posible que se continúe promoviendo un clima de confrontación desde los poderes de la Unión, en virtud a que estamos llegando a límites peligrosos; y ya en algunos rincones de la patria empieza a enseñar su rostro la ingobernabilidad, cuya presencia perjudica a todo el sistema.
De ahí que resulte propicio distender el ambiente y dar paso a los buenos oficios de personajes que antepongan el interés del país por encima de camarillas y grupúsculos, que con su actitud dañan al tejido social de manera torpe e irresponsable.
Por ello hacen falta auténticos líderes o promotores de la paz y la reconciliación nacional.
Entiéndase bien: políticos de nuevo cuño en el ámbito nacional que liguen la palabra con la acción y den resultados; a la par que generen un clima de confianza y sana convivencia en un marco de pluralidad.
Sólo así podría avanzarse en la consolidación de la democracia y evitar que todas las tentaciones anarquistas, autoritarias y terroristas sean desactivadas en beneficio de los millones de mexicanos que aún creemos en la posibilidad de un país más justo y equitativo, donde se acabe con los grandes rezagos sociales y la inseguridad pública.
Reunificación estatal
En Tampico, el gobernador Américo Villareal Anaya mostró nuevamente su interés por la transformación sustentada en el humanismo, mediante un trabajo cuyo hilo conductor es la reunificación de Tamaulipas.
Su acercamiento con líderes empresariales y de opinión fue fructífera, pues se comprometió a respaldar plenamente los proyectos regionales de desarrollo. En respuesta, sus anfitriones le mostraron su apoyo total para, juntos, abonar a la construcción de infraestructura como el proyecto ‘Dique El Moralillo’, a fin de alcanzar un mejor aprovechamiento del agua del sistema lagunero y los escurrimientos del río Guayalejo-Tamesí.
Allá mismo inauguró el Museo de la Ciudad de Tampico., advirtiendo que la gente de ese puerto es ejemplo para Tamaulipas y México.
Con esto, el mandatario da un paso más en su empeño por la reconciliación, la justicia social, la paz, el fortalecimiento de la vida cívica, la difusión de los valores históricos, la democratización de la vida cultural, así como en su convocatoria a la unidad, el despertar de conciencias y la transformación estatal.
POR JUAN SÁNCHEZ MENDOZA
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