CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- Por las noches en lo alto de los bosques tamaulipecos, millones de criaturas extraordinarias emergen de sus escondites. Algunas de las más fascinantes, sin duda alguna, son los milpiés azules – aquellos de la familia Rhachodesmidae.
Estos fantásticos artrópodos pertenecen a uno de los linajes más antiguos de animales terrestres, con registros fósiles datando más de 400 millones de años. Para poner esto en perspectiva, la aparición (repito: aparición, no extinción) de los dinosaurios se encuentra en un punto cronológico medio entre el surgimiento de los milpiés y la invención de las computadoras. Así de ancestrales son.
En Tamaulipas, pueden ser hallados en ecosistemas boscosos y selváticos; tales como la Sierra de Tamaulipas, la Reserva de la Biosfera El Cielo, el Parque Ecológico Los Troncones, ¡y hasta en la zona urbana de Ciudad Victoria!.
Específicamente, en la cobertura vegetal del Río San Marcos, al oeste de la capital. Un testamento más de la increíble biodiversidad nativa que típicamente desconocemos.
El color azul es excepcionalmente escaso en la naturaleza, y en estos milpiés funciona como aposematismo – es decir, una advertencia hacia posibles depredadores de la toxicidad a la que se enfrentarán si lo devoran.
Y vaya toxicidad. Ahora, a diferencia de sus primos los predatorios ciempiés, los inofensivos milpiés no pueden inyectar veneno ni cazar presas, y su nicho se basa en alimentarse de materia vegetal en descomposición.
Pero es ahí donde ocurre lo interesante. Muchas plantas producen compuestos químicos llamados glucósidos cianógenos, que al entrar en contacto con moléculas de agua en un proceso llamado hidrólisis, se descomponen para formar cianuro – envenenando al animal que se atreva a alimentarse de ellas. Estos milpiés han adoptado una estrategia aún más fascinante, que consiste en almacenar estas moléculas tras alimentarse de dichas plantas para ellos mismos ser tóxicos ante el consumo de un depredador. Buena jugada, milpiéseses. Buena jugada.
Por. Marco Zozaya
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