En otros términos, las coaliciones en pugna ofrecen o un poder compartido o uno centralizado,
Salvador Camarena.
El colapso de Movimiento Ciudadano enfrentará a la ciudadanía a una disyuntiva en 2024: pasado contra presente, antiguo régimen o nuevo régimen.
Con su incapacidad para evitar, o resolver prontamente, la crisis que les estalló el sábado, MC está condenado a una posición marginal, histriónica si no que histérica, el año entrante, y, por ende, los mexicanos al bipartidismo.
La boleta supondrá la oferta de un retorno al disfuncional modelo prianista, con un toque izquierdista, que México vivió tres décadas, o apostar por un lopezobradorismo 2.0 que pretende eficientar sin ceder.
Dicho en otros términos, las coaliciones en pugna ofrecen o un poder compartido o uno centralizado. Tales son los mensajes que la sociedad ha recibido esta semana de parte de las precandidatas.
Si bien Xóchitl Gálvez está lejos de haber afinado una propuesta temática novedosa, sus hechos son bien claridosos: al presentar ayer su equipo de campaña reivindica el México pre-2018. Es ya ocioso preguntarse si pudo o no haber conformado otro grupo: este es el que tiene, y es muy revelador.
Esos partidos en 2023 ganaron en Coahuila y perdieron por ocho puntos en el Estado de México. En ambos casos, frente a maquinarias de Morena aceitadas con programas sociales, mañaneras y parcialidad de no pocos medios masivos.
Estos PRI, PAN y PRD, también, le arrebataron media ciudad a Sheinbaum en 2021 y han bloqueado, a pesar de filtraciones y amagos judiciales, atrabancadas intentonas de Palacio Nacional. Y fueron interlocutores de esa ciudadanía agraviada cuando se intentó tocar el INE o la Corte.
De forma que algo de competitividad y representatividad aún guardan. Ahora, al amarrar un comité básicamente compuesto por la antigua partidocracia, Xóchitl propone al electorado ir por la revancha de 2018.
Esta elección se pudo haber tratado de otra cosa, de entender que la gente estaba harta del pasado lleno de corrupción tanto como del presente pleno de indolencia, de la tecnocracia soberbia pero también del burdo populismo.
Construir una nueva parrilla de propuestas, aprender de lo fallido, aceptar que el diagnóstico del hartazgo proviene de más afluentes que sólo el resentimiento.
Quizá no se logró tal cosa porque los mismos de antes no pueden verlo, no saben proceder distinto, no entienden aún su derrota de hace cinco años, su inviabilidad en el hoy.
El Frente opositor lanza una propuesta de nostalgia: estábamos mejor cuando estábamos peor. A saber cuánta gente les creerá.
En el otro bando no hay tampoco autocrítica posible. Desoyen aquel consejo que dicta que cuando las cosas están bien es el mejor momento para hacer cambios. Redoblan la apuesta de que hay una sola ruta y ésta es sectaria.
Los diálogos iniciados por Claudia Sheinbaum el domingo no son garantía de que el rumbo se modifique. Son una promesa, pero las partituras que se redacten en las mesas temáticas prometidas serán interpretadas por operadores duros del lopezobradorismo: Adán, Monreal, Noroña, Delgado.
Y el nuevo régimen incluye su propensión a negociar, con un pragmatismo de hipocresía desmedida, con impresentables como son los verdes de San Luis Potosí, Chiapas, Quintana Roo y, por supuesto, Ciudad de México.
Hasta hoy, el nuevo régimen instituye el callar la corrupción propia, el solapar a los negligentes, y el conformismo seudoético de que siempre el fin justifica los medios.
En conclusión, en 2024 habrá un sector, no tan minoritario aunque quizá más vocal que sustantivo en términos de peso en el padrón electoral, que mirará las dos ofertas con sentimiento de orfandad. Sin margen para la nostalgia de los del Frente, ni para el militarismo y el sectarismo de Morena.
POR SALVADOR CAMARENA