De vez en cuando le cae una moneda o dos, de vez en cuando alguien en el ínter le da un poco de conversación. Pero a lo que él vino fue a tocar la guitarra y lo hace con maestria.
Por eso antes de llegar a la plaza se escucha la de “que se quede el infinito sin estrellas” tocada de manera instrumental con ritmo y rasgueos precisos que delatan la experiencia del ejecutante.
Usted ya se la sabe, junto a él pasan transeúntes clásicos que van a un asunto de gobierno, otros andan dando la vuelta o van y vienen de compras, y todos sin poder evitarlo observan de arriba abajo a nuestro protagonista. Pasa una señora con un niño en brazos y otro que camina con gorro rojo, estudiantes de la prepa que van riendo siempre, señores muy serios con cierta prisa, pasa el que barre y el que no lo hace.
Un hombre así con guitarra llama la atención- y en cualquier punto del mundo- desde su llegada a esta plaza del 15 donde se gana la vida. Lo vieron llegar con dos maletas, una encima de la otra en la espalda de la cual sacó el atril desplegable y en partes, el micrófono, y del segunda maleta un equipo de sonido con mezcladora para un posible acompañamiento.
La guitarra la trajo todo este tiempo, y desde hace mucho en su vida, en la espalda, así pelona, sin estuche, a capela. Después de cinco melodías la guitarra descansa sobre las maletas y el guitarrista también lo hace en ese breve espacio de su existencia.
Luego de rato retoma el oficio, le da una ligera afinada a las cuerdas y toca una rola desconocida por mi, que quisiera saber cuál es, seguro entre los miles de canciones con nombres distintos y similares esta tiene uno, muy adecuado.
Las parejas pasan como el poeta dijo, como los marineros: besan y se van más juntos de como arribaron, abrazados como ya no estilan los enamorados.
Una mujer se acerca, pregunta algo al guitarrista y ambos sonríen, dos que eran serios ríen como si hubiesen escuchado un chiste. Un hombre con guitarra puede conquistar con la chispa adecuada, con la rola dedicada, como en una serenata. Pero no esta vez, la joven preguntó, supo lo que quería y partió llevando tal vez preguntas que no hizo, uno qué va saber de eso.
Entre una interpretación y otra el guitarrista sale al mundo a ver qué pasa con sus semejantes, se asoma a donde la copa de cristal a ver cuánto dinero le ha caido más o menos. Ensaya un poco otras canciones, hace un breve mix jugueteando con su habilidad. Un fotógrafo pasa y le toma la foto soñada, la que le llevará al estrellato desde el piso parejo.
Hay gente cercana que se detuvo a recrearse en el ambiente bohemio improvisado así por un artista frente a la respetable audiencia. Bajo un pequeño cedro americano el guitarrista se protege del chipi chipi que comienza a caer sobre el escenario.
Con el clima se antoja un tequila bajo la voz de las cuerdas de donde sale ahora “Perfume de gardenias” de Rafael Hernández interpretada por Margarita Romero en 1936, luego por Virginia López y ya después por la Sonora Santanera y “todo ese tiempo se ahogo dentro de mi”. Uno recuerda la bella época, con Pedro infante frente a María Luisa Landin o quien sabe, quizás en un claroscuro del Staff con Andrea Palma.
Es increíble cómo la música logra cambiar el ánimo de las personas. El pensamiento cumple con la nostalgia, el recuerdo que traen las cuerdas tocadas con eficiencia como en la de “Solamente una vez amé en Ia vida” que hace latir mas fuerte los corazones de ciertas personas ahí presentes. Una pareja ya adulta de plano ya no quiren irse. Échele un billete, parece decir el guitarrista, pero educado y sabio, no lo dice.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA