La calle es un espacio urbano lineal que permite la circulación de vehículos, y que da acceso a los edificios y solares que se encuentran a ambos lados, dice Wikipedia. Pero calle también es memoria del tiempo, es por donde pasa la vida con su comedia, la mochila con su tragedia, los actores principales, los de reparto y los extras, semejantes a dioses pasan en bicicleta.
La calle es un murmullo que brota de la tierra, es un perro ladrando a media noche. El tren inesperado abriendo el agua de la madrugada, el silencio atroz que muere en los labios, el paso del tiempo, el solitario vagabundo es la calle verdadera. Laicos y acólitos, estudiantes y profesores por la misma calle van a un destino distinto.
La historia construida son las calles, las paredes, los rectángulos de las ventanas y puertas para que entre el mundo y salgan las personas: y salen de ahí el mismo Kipling con su libro de la selva, a quien dijeron que no sabía escribir y luego ganó el Nobel. Por aquí pasó lo que el viento se llevó con su autor rechazado y su libro más vendido de la historia. La calles son soledades fundadas por los romanos.
La calle suele ser imaginaria, te dicen una y es otra, está llena de carros no puedes pasar con un tráiler, ve por otra. Pasaste por la calle inadvertida, si alguien te pregunta ignoras en qué puerta y desde cuál ventana te estuvo mirando una señora.
Pero son las arterias de las ciudades del mundo donde está la casa de los Hernández, la oficina de Kafka, la habitación desolada de Melville, una palabra en el sótano de Wilde, un poema de Nerval.
Construyeron las calles para dar con todos, para juntarnos, para llegar con armas y carros, con parques y juegos donde había arcos y flechas. Las inventaron para apisonar la tierra, crear asfalto liso y resbalar al futuro más próximo en el menor tiempo posible.
Para correr hicieron las calles, para para ponerle Jorge al niño y en segundos estar en otra parte, para que alguien pregunte ¿a dónde vas por la banqueta, qué sueños persigues?
Inventaron las plazas para salir de las casas y de las calles y no podrirse en la humedad, para que el sol nos vea. Inventaron las plazas para los novios en sus arrumacos, para las palomas juntas y solitarias, para su abanico blanco y su cortina móvil entre edificios incólumes. Inventaron las plazas para que pasen por un costado las calles.
Llegaron por una calle y se fueron por otra, vinieron a almorzar, a comer y a cenar. Estuvieron todo el día rodeados de gente. Hicieron las ciudades grandes y las hicieron barcos. Grabaron sus nombres en los monumentos y en sus estandartes, lo anotaron en la pared, en un diario grueso de registro civil, en las páginas de sociales.
Por aquí pasó el Diario de Anna Frank, que nadie quería publicar, y nadie quería publicar, sobre eso hicieron las ciudades con sus aciertos y sus negaciones y por eso las ciudades tienen su encanto en las estaciones de otros autores que no tuvieron la misma suerte.
Son de las calles los vagabundos, los coches estacionados, los gatos negros y repentinos, las lagartijas, los perros arrepentidos, uno mismo.
Las ciudades son hijas de otras ciudades, hermanas de otras calles de Europa y sus casas tienen lunares, tejados, grietas de chimeneas mediterráneas, humo que anuncia la hora de la comida o el refugio para calentarse.
Habitantes cuesta arriba o hacia abajo, se dejan llevar porque así han sido, se dejan llorar y reír para voltear el mundo con su respiración que se disimula el aire, que entra y sale por sus pulmones para explicar su grandeza y su gloria.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA