CD. VICTORIA, TAM.-Julio César siempre quiso ser ingeniero. Desde pequeño le fascinaba aprender como funcionaba cada cosa que caía en sus manos. Su infancia, en el poblado Loma Alta, municipio de Gómez Farías fue una época de gran felicidad.
Disfrutaba de jugar futbol en la calle, volar papalotes y visitar a tu tío Néstor en su taller de reparación de aparatos electrónicos en Ciudad Mante.
Él, y su hermano mellizo, Mario Alberto, se destacaron siempre por ser buenos es tudiantes; sus calificaciones, que aunque no eran perfectas, si eran consistente mente buenas: ochos, nueves y dieces.
Al concluir el bachillerato, ‘cuate’ Julio se hallaba listo para embarcarse en su sueño de estudiar una ingeniería. Pero fue justamente al cumplir 18 años que una tragedia golpearía su familia: don David, su padre, perdería la vida en un carreterazo de camino a Ocampo.
Julio tuvo que posponer su plan de vi da para ‘entrarle al quite’ en la economía familiar empleándose en diversas cham bas como ayudante de vulcanizadora, al bañil y mesero.
Fue en este último empleo que sus patrones le llegaron a tomar mucho aprecio, al grado de animarlo a mudarse a un pequeño cuarto de azotea en Ciudad Victoria, que ellos no estaban usando, y buscar un trabajo en la capital que podría combinar con sus estudios en ingeniería.
Julio César aceptó. El sueño de cuate, de convertirse en ingeniero estaba por, pero antes de eso tenía que conseguir un trabajo para sostenerse.
Ahí la cosa se puso difícil. ‘Yo pensaba, que al ser Victoria una ciudad tan grande, comparada con mi rancho, sobrarían trabajos suficiente mente bien pagados como para mantenerme y continuar con mis estudios’ cuenta el cuate.
Sin embargo colocarse en un trabajo que a la vez le permitiera dedicarse a estudiar no fue para nada fácil. Batalló y batalló hasta que finalmente contactó al hijo de un paisano, que le ofreció ser mesero en una taquería al oriente de la ciudad.
Así pues, Julio César se matriculó en el Tecnológico de Ciudad Victoria. De inicio, el joven ‘se topó con pared’, pues se dio cuenta de que su nivel académico había bajado al alejarse de los libros por tres años.
Las matemáticas (indispensa bles en su carrera), la física y química, le exigieron aplicarse a fondo para llevar le el paso a sus profesores y compañeros de clase.
Los fines de semana, sus amigos se dedicaban a la pachanga y quienes eran foráneos regresaban a sus lugares de ori gen por dos días. Pero Cuate no se podía dar ese lujo porque eran los días de más trabajo en la taquería.
Sólo en los días feriados con descanso obligatorio que caían en lunes era posible retornar a su terruño para ver a su madre, hermanos y pequeños sobrinos.
“Había días que me pegaba gacho la soledad, puro trabajar y estudiar sin des canso, de plano algunas veces quise rajarme” relata Julio César.
Pero la prueba mayor para el joven habría de llegar tiempo después. El cuarto y último año de carrera, la pandemia llegaría para ‘descuadrar todos sus planes’ como él lo llama.-
La taquería cerró por tiempo indefinido, y me quedé sin trabajo, al principio me quería regresar al rancho, pero luego la cosa se puso muy difícil porque me contagié de covid, y aunque no me pegó muy fuerte, me pidieron que mejor no me moviera para allá porque tengo muchos parientes ancianos, y les daba mie do que los contagiara – narra el joven. Al quedarse en la capital, y sin trabajo fijo, Julio batalló para sostenerse, su única ventaja era que no pagaba renta, y que una congregación evangélica de vez en cuando le regalaba un poco de comida.
“Limpié solares, lavé coches y pinte algunas casas, así me la llevé mas de un año, y aunque seguía estudiando a dis tancia, se me complicaba bastante con los horarios y muchas veces me quedé sin comer” relata el Cuate. Cuando finalmente terminó su carre ra, y concluyó sus prácticas profesiona les y el servicio social, su tío Nestor le ofreció a pagarle la titulación, lo cual re sultó muy costoso.-
‘Vieras como me costó terminar y titularme compa, y ahora estoy por entrar a trabajar en una empresa en Altamira – comenta Julio al Caminante.-
¿Qué les dirías a esas personas que dicen que ‘un título no significa nada’?- Que no opinen si no saben de los sacrificios que se hacen para llegar a la meta, ya sean desveladas, ‘malpasadas’, tristeza por vivir lejos de tu familia, carencias y hasta humillaciones.
Se necesita mucho esfuerzo, paciencia, dedica ción y determinación para lograrlo. Esperemos que a Julio César le vaya muy bien en su nueva etapa. Demasiada pata de perro por esta semana.
Por Jorge Zamora




