Este próximo domingo, lectoras y lectores, exactamente a las 12 de la noche, alcemos nuestras copas y brindemos por la vida o, mejor, por el milagro de estar vivos, pues, por decirlo con palabras de Carlos Pellicer, tiempo somos entre dos eternidades. Precisamente porque la vida es apenas un suspiro regocijémonos de que en nuestro caso ese suspiro no ha terminado de espirarse.
Estamos vivos en un país en el que durante este sexenio la expectativa de vida ha descendido cuatro años y donde se ha superado con creces el récord de homicidios dolosos —todos los días son asesinados entre 80 y 90 mexicanos— y desapariciones, muchas de las cuales seguramente terminaron en asesinatos, y en el cual se nos puede acribillar simplemente porque estábamos en una fiesta.
Alcemos nuestras copas y pidamos a Dios, a la diosa Fortuna y a los demás dioses —aunque no creamos en ellos, podemos crearlos y reconocerlos amorosamente en nuestra imaginación— que nos libren de las balas, de los secuestros, de las extorsiones, de los allanamientos de morada, de los asaltos, de los atropellamientos causados por los conductores de autobuses que invariablemente y con total impunidad se pasan los semáforos en rojo sin siquiera disminuir la velocidad.
Alcemos nuestras copas y pidamos, para nosotros y para nuestros seres queridos, salud, ese tesoro invaluable, ahora más valioso que nunca ante la desaparición del seguro popular, el deterioro de los servicios en hospitales y clínicas, el desabasto sin precedente de medicamentos, la caída estrepitosa de la vacunación de los niños.
Alcemos las copas y pidamos que nuestros hijos y nuestros nietos se vean libres de toda enfermedad, sobre todo que no enfermen de cáncer porque carecerían de los medicamentos y demás insumos médicos para luchar por sostener el frágil hilo del que pendería su vida, y nosotros, sus padres y sus abuelos, seríamos acusados de golpistas si protestamos por esa carencia.
Alcemos las copas y pidamos que, a pesar de las amargas realidades que asuelan a nuestro país, no se nos agrie el vino interior, ese vino que nos enciende la chispa de la alegría, ese júbilo por el simple hecho de estar aquí, en este mundo, y sentir el aire en nuestros pulmones, el frío, el calor y el viento en nuestra piel.
Alcemos las copas y pensemos con suprema emoción en las personas que amamos y ya no están con nosotros; agradezcamos al azar que las encontramos en nuestra senda vital y que enriquecieron nuestros días a tal punto que, aunque se hayan ido, no las hemos olvidado ni podemos ni queremos olvidarlas, y las seguimos amando porque el amor es para siempre o no es amor verdadero.
Alcemos las copas y brindemos por que seamos capaces de sacar fuerzas de nuestra flaqueza que nos infundan coraje para no claudicar en la lealtad a nosotros mismos, lealtad que nos da la incomparable recompensa de ser lo que queremos ser desechando las coartadas propias de los que se dejan derrotar sin haber peleado o sin haber peleado lo suficiente.
Alcemos las copas y brindemos por Dioniso (o Baco, si prefieren), que a la tercera copa nos emociona, nos inspira, nos hace más afectuosos y comunicativos, nos humedece los ojos, nos facilita la risa y las añoranzas, nos da ánimo para decir aquello que cotidianamente callamos.
Alcemos las copas y brindemos por esas palabras, por esos silencios, por esas manos, por esos labios, por esos cabellos, por esos cuerpos que nos han hecho ascender, por decirlo con palabras de Borges, hasta la décima esfera de los cielos concéntricos.
Alcemos las copas y brindemos por esas amigas y esos amigos que no nos dieron la espalda en los momentos difíciles en que otros nos desconocieron, se alejaron, nos demostraron que su supuesta amistad no era tal: brindemos por los amigos verdaderos.
Alcemos las copas y brindemos por que el próximo domingo 2 de junio los usualmente tibios y negligentes depongan su tibieza y su negligencia, y que salgan a votar con nosotros, los que comprendemos desde hace mucho lo que se está jugando, y que juntos derrotemos al partido oficial y mantengamos la democracia construida con tanto esfuerzo y tanta ilusión en nuestro país.
POR LUIS DE LA BARREDA SOLÓRZANO