Tantas veces me he visto, tantas veces me he encontrado conmigo entre el tráfico de la ciudad; tantas otras veces me he sorprendido viendo la absoluta nada, viendo el tiempo pasar en los demás, en una tregua o en plena guerra.
Bajo esa perspectiva algo tendrá que ver la línea del tiempo que en su libertad, que no la mía, transporta a ese enigmático desconocido que soy, que se mira y me mira.
En mi idea de gran jurado calificador he desencadenado empatía y simpatía, estoy en medio de ambas y escribo esto: Cuando ambos nos juntamos, hay invitados en casa, dos comen en mi mano, las preguntas son respuestas erróneas en una misma sala, en una misma taza de café, desde donde ambos podemos ver cuando empieza uno a ser el otro. Cuándo Chuki comienza a ser un ángel.
He tratado a la manera Socrática de conocerme a mi mismo, a ese que gira y se vuelve invisible, pero creo que Sócrates ni siquiera existió, y si eso es verdad, tampoco soy Platón quien lo inventó. Imagínense lo que dirán de mi- o de ese otro que tampoco soy- algún día. De mi, ese perfecto desconocido.
Sí, yo, el desconocido hoy- el que no tiene ninguna explicación ni una sola razón, el que sueña en que todo sea una ficción, una invención platónica, representado en dos, criado en la tierra- dudo de mi existencia.
Yo bebo alcohol y el otro bebe en un vaso roto, y eso confunde la existencia: ¿Quién es el sobrio? ¿Seré el sobrino y el tío, la madre y el padre en una junta escolar de un escolapio que se porta mal, el árbitro y el jugador al cual anulan un gol por fuera de lugar; acaso soy un todo o tal vez nada en Ia tierra del nunca jamás, en la isla de la fantasía, en la ínsula barataria, en el país de las maravillas?
La ocasión hace al ingenuo suicida que mañana siendo otro se hubiera salvado sentiédose amable con el resto del mundo. La confusión hace al ladrón de su vida, el único que suele caer, meterse el pie o una cachetada en Ia nalga. Pegados así, yo y ese otro que soy, recurrimos al eufemismo del cuerpo, al recurso del método para pegar las partes y parecer un caballero de confianza. Con la posibilidad de que ese otro que niego ser, haga lo que se le pegue la regalada gana.
Así ambos estamos trabajando en el mismo escritorio con distinto propósito; pero cuando ambos coincidimos en algo, yo me levanto temprano para negalo todo y corregir la plana, esconder el escritorio, romper el drama y establecer la inconformidad que me acompaña.
Uno cierra la puerta y el otro intenta abrirla a la fuerza, mientras afuera hay gente repegada a los vidrios para saber lo que pasa. Pienso en el mañana en que ambos perderemos el rostro para siempre, los curiosos buscarán por los rincones, hurgando en los espejos. La falsa biografía de uno distraerá a la que continuará siendo la de un desconocido. Nada desde luego será cierto, aún cuando sospechosamente nada pueda descartarse.
Dirán, era un hombre sobrio y otros que le vieron caer de borracho, quedarse dormido en una cantina de mala muerte confirmarán sobre una biblia lo contrario. Creí que nadie me vería. Para unos era un menesteroso y unos cuantos desinteresados, sin ser escuchados diran en voz bajita que me partí la máuser. En medío de esos mitos seré el de siempre, un desconocido simple.
Uno de los dos va entre aplausos y vivas, mientras el otro, envejecido, es abucheado por la concurrencia, entonces más que nunca soy los dos. Hay sin embargo cierta compasión del uno para con el otro en un intercambio igualitario de personajes, hay democracia, se siente la mano tendida antes del abismo y eso nos rescata antes de que pite el árbitro. Somos iguales de brutales y brutos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA