Préstame la noche para una desvelada, dame tantita luz seca de penumbra temblorosa. Una vela que navegue en la oscuridad o una lámpara de Diógenes. Préstame los ojos cerrados y no los abras a las tres, ni a las cinco, cuenta hasta cien mientras escribo.
Huiré por el camino angosto del inocente, me extraviaré a las doce de la noche en el silencio que le habla al oído a las paredes, sin discutir, respondiendo las preguntas que se esconden en la celda el sentenciado a muerte.
Tengo tinta en la sangre, queda algo en el frasco negro, y en alguna parte del cuarto hay papel bond para escribir como antes un manuscrito con letra pegada en la ronda de las palabras. Con la luz ciega de la madrugada me alcanza para tender una emboscada al intrépido lector de mañana.
Todavía la luz es un agente extraño, un policía en busca de señales. En los corrillos se rumora la hora y el instituto del instante deja ver su paso de gaviota en lo alto del armario. Algunas cosas dejaron pernoctar su presencia pendiente y duermen escondidas de la gente.
Sorba un poco de café de olla todavía caliente. Quiero pensarte viejo lector cuando buscas los lentes y encuentras en el texto una palabra inconveniente, una pregunta para la cual no tienes respuesta.
Escribo en la noche sin expresar, sin nadie que quiera escuchar. Estoy pendiente por si un ruido, un Didi, unos pasos trémulos inexplicados por la calle, luego unos golpecillos en la puerta de todos los oyentes.
La noche es una guerra de ausencias, de repente estalla una estrella y nadie la vio hacerse cometa con su cola que le pisen en otra galaxia, qué loca. Locaciones como ésta se apropian de la conciencia, una multitud persigue a los locatarios que venden sueños baratos para una temporada de insomnios.
La noche, si no la vieron nadie la cree, seguiremos durmiendo esa parte de la historia como una historieta en la que se especula y el final se determina por una mayoría. Bastantes verdades sobreviven adentro de los labios, abajo de las sonrisas.
La oscuridad- tal como es su costumbre- busca un científico en su laboratorio, un ser extraordinario entre los comunes, un Nicolás Tesla sin automovil en la tierra plana, una artista en la almohada contigua, y nada.
La misma oscuridad busca su razón de ser entre los hombres. Busca en las palabras, luego en páginas de libros antiguos e inútiles la invención de febrero, la oferta del mes, el último grito de la moda.
Un cable se desconecta al llegar la noche, se busca un fósforo, no hay chispa ni un rayo, ni un gramo de energía opulenta en los ojos que miran un café al imaginarlo, solamente una lámpara sin luz de Pedro Llerena en la radio del vecindario.
Encima de los escombros de ayer nacerá el nuevo día, presentido y deseado con el alma de quienes se aman. La profunda noche desenvuelve los sueños, el sumergido futuro aún en veremos. Estamos de este lado, pero a un paso vemos a Diógenes con su tenue faro y a Tesla creando a estás horas del precipicio la energía eléctrica, y la tarifa del foco en serio de Thomas Alba Edison.
Estoy despierto con los ojos cerrados, muevo las manos hacia adentro del cuerpo, mi cabello se confunde con el negro nocturnal de los colores, canto en soledad con la voz apagada, por lo que nadie escucha. No quiero que amanezca, pero gradualmente ocurre, ocurrirá conmigo o sin mi pero habrá nostalgia.
Un texto sobre la mesa con dos o tres palabras incomprensibles hablará del que escribe buscando a Diógenes «el cínico», para obtener un poco de claridad, para continuar escribiendo y al salir el sol explicar entusiasmado lo que quiso decir.
HASTA PRONTO
…
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA