En el escenario político mexicano, se despliega una tragicomedia que rivalizaría con la obra maestra de Dante Alighieri: «La Divina Comedia». Sin embargo, en lugar de círculos infernales y purgatorios, aquí nos enfrentamos a un sistema de partidos que parece estar en un eterno ciclo de nominaciones donde los caciques políticos ocupan las primeras posiciones de las listas plurinominales para el Congreso de la Unión y el Senado.
Este fenómeno, aunque lamentable, no resulta sorprendente para aquellos que siguen de cerca la política mexicana. Los partidos políticos, en su afán de consolidar y mantener el poder, recurren a estrategias que distan mucho de promover la meritocracia o representar fielmente las ideologías de sus bases. En su lugar, optan por colocar en puestos de privilegio a aquellos que poseen influencia, recursos y, sobre todo, lealtad inquebrantable hacia las cúpulas partidistas.
Estas «cuotas de poder» no son más que acuerdos entre los líderes de los partidos y los caciques regionales o sectoriales. A cambio de ocupar las primeras posiciones en las listas plurinominales, estos caciques ofrecen su apoyo incondicional a la causa del partido, garantizando así un caudal de votos y una base de poder que les permitirá mantener su influencia y privilegios.
Pero ¿qué obtienen estos caciques a cambio de su lealtad? La respuesta es simple: impunidad, fuero, financiamiento de campañas y una serie de beneficios personales que van desde contratos públicos hasta prebendas y favores políticos. En este juego perverso, las ideologías quedan relegadas a un segundo plano, siendo sacrificadas en el altar de la conveniencia y el pragmatismo político.
Esta situación, lejos de fortalecer la democracia, la debilita y la pervierte. Se crea un círculo vicioso donde los ciudadanos son relegados a meros espectadores, mientras una élite política se perpetúa en el poder, utilizando las instituciones del Estado en beneficio propio y relegando los intereses del pueblo a un segundo plano.
Es hora de romper con este ciclo infernal. Los ciudadanos debemos exigir un sistema político más transparente y democrático, donde las candidaturas se basen en el mérito y la representatividad, no en el clientelismo y la lealtad partidista. Solo así podremos escapar de esta «divina comedia» política y construir un país más justo y equitativo para todos.
POR MARIO FLORES PEDRAZA