Es muy difícil tratar de cambiar la historia oficial, pero con la apertura de muchos archivos digitales, poco a poco se han ido rompiendo ciertos mitos. Esa historia cuenta que Alberto Carrera Torres nació un 23 de abril de 1887 en el Rancho Atarjeas, municipio de Bustamante, Tamaulipas. Y en efecto, la familia del general vivió en esa comunidad del antiguo Cuarto Distrito.
Por otro lado, el ameritado cronista victorense Vidal Covián Martínez, en su libro “Dos héroes revolucionarios” menciona que Carrera Torres nació en el rancho El Polvo, municipio de Bustamante; hipótesis que sostiene también el cronista de Tula, Salvador Piña Miranda.
El dato más antiguo donde se menciona su nacimiento en Atarjeas, data de julio de 1915, cuando el periódico de la Ciudad de México, “El Renovador” publicó una entrevista a un personaje de nombre Tulio Espinosa, del Estado Mayor de dicho general, donde menciona: “Hijo de humilde cuna, mi general Carrera Torres nació en la hacienda de Tarjeas, perteneciente a la jurisdicción de Bustamante, del estado de Tamaulipas”.
Incluso, un reportaje del periódico “El Excélsior” publicado en 1945, habla que en vida el propio Alberto dijo que era originario de Atarjeas.
LA SUPUESTA ACTA DE NACIMIENTO
Buscando el acta de nacimiento del ameritado revolucionario tamaulipeco, me di cuenta que no existe tal, en los libros antiguos del registro civil de Bustamante, y la que existe, fue hecha en 1968 a orden expresa de un presidente municipal ¡81 años después! presentando ciertas inconsistencias como, por ejemplo, que nació en septiembre de 1889 y que según fue copiada del acta número 145, del libro de nacimientos de ese año ¡cuando dicho libro de 1889 sólo contiene 76 registros de nacimiento, de enero a diciembre!
Otra imprecisión del acta, es el nombre de supuesto juez civil de septiembre de 1889, el cual aparece como Juan Lucio Aguilar, mientras que en el libro original de ese año y de ese mismo municipio, firma durante septiembre y en general, todo ese año, don Juan B. Guerra.
LA FE DE BAUTISMO, EL ÚNICO DOCUMENTO OFICIAL QUE EXISTE
Lo que, si pude encontrar, fue una fe de bautismo de la parroquia de Tula, la cual dice: “Acta número 76. Alberto Torres, nació en el rancho del Sichú.- En la parroquia de Tula de Tamaulipas a veintitrés de mayo de mil ochocientos ochenta y siete, el señor presbítero don Cayetano Becerra, vicario de la misma parroquia, bautizó solemnemente a un niño a quien puso por nombre Alberto, hijo natural de doña Juana Torres, originaria de la jurisdicción de Bustamante y vecina del expresado rancho. Son abuelos maternos don Feliciano Torres y doña Matilde Mata.
Fueron sus padrinos don Tiburcio Carrera y doña Cesaría Carrizales, católicos”. El periodista Felipe Martínez Chávez, en un reportaje hecho en 2010 sobre Alberto Carrera, menciona que Benito Carrera Torres, hermano del general, también encontró dicha fe de bautismo. Sobre el rancho El Sichú, municipio de Tula, Tamaulipas, y vecino de Atarjeas, pude investigar que en el año de 1954 pasó a llamarse ejido Francisco Villa.
En la actualidad, en Bustamante, Tamaulipas, todavía se pueden apreciar los restos del antiguo rancho de Las Atarjeas, que fue de la familia de los Carrera Torres, y que en tiempos del porfiriato permaneció a la sombra de la poderosa hacienda de Calabacillas, propiedad del súbdito español Francisco V. Ibargüengoitia; finca a la que, según Salvador Piña Miranda, cronista de Tula, también pertenecía el rancho del Sichú.
LAS ÚLTIMAS HORAS DE ALBERTO CARRERA
La jefatura de la plaza nombró al personal del Consejo de Guerra que conocería el proceso, reuniéndose la noche del 15 de febrero DE 1917 e instalándose en el local que ocupó tiempo después el H. congreso del Estado (frente a la Plaza Hidalgo). Fue presidente del consejo el coronel Julio de la Llata; fiscal, el teniente coronel Porfirio Flores y defensor, el teniente coronel Agustín Aguirre Garza.
Entre los vocales estaban el teniente coronel Tiburcio Quilantán (originario de Jaumave) y Faustino Torres, que habían combatido en contra de Carrera Torres y le tenían rencor. A los escribientes se les ordenó estar formados en el lado izquierdo de la plataforma en donde estaba instalado el Consejo, encontrándose en el presídium el juez y el secretario.
Había allí también algunos jefes que concurrían como testigos y unas señoras viudas de vecinos de Jaumave a quienes Carrera había mandado fusilar; las cuales declararon en su contra. El General ocupó poco al defensor, pues él personalmente se defendía. Durante las fases del consejo, Carrera se mantuvo sereno y contestaba con entereza las diversas preguntas que se le hacían o explicaba por sí solo lo que estimaba conveniente, habiendo durado la instrucción de las nueve de la noche hasta cerca de las dos de la mañana del día 16.
El coronel Rodrigo Flores Villarreal, viejo revolucionario, increpó a Carrera Torres sobre algunos incidentes de la campaña en el camino de Victoria a Tula, a lo que el general, con cierta ironía contestó más o menos así: “Sí, usted fue uno de los que correteamos en Jaumave”.
A lo que el coronel Flores replicó con palabras malsonantes, siendo motivo para que el presidente del consejo, sonando el timbre les llamó la atención, ordenándoles guardar compostura. Terminada la instrucción, el personal del consejo se retiró a deliberar, quedando el prisionero sentado en el banquillo custodiado por una escolta.
Durante este tiempo se le vio entero, consultando algunos papeles que sacaba de la bolsa del pecho del saco, pidió agua y conservó su estado ecuánime, fijando su vista varias veces en la gente que rodeaba la plataforma. Varias veces se paró a descansar y ver al público que llenaba el salón: gente de todas las clases sociales, especialmente militares.
Reanudado el consejo, el presidente dispuso que el público se pusiera de pie y el juez instructor diera lectura a la sentencia, la cual fue la pena de muerte. Sería pasado por las armas por varios delitos, entre ellos el de traición a la causa constitucionalista.
El General escuchó sereno la sentencia y contestó inconformándose con ella, alegando incompetencia del Consejo y pidiendo revisión ante la jefatura de la plaza. Se iba a dar por terminado el acto, cuando el prisionero se adelantó ante la mesa del consejo y dijo: “Señor presidente, deseo poner algunos mensa
jes a personas a quienes necesito hacerlo y pido a usted se sirva proporcionarme un escribiente, como veo entre la fila de la izquierda al señor Esteban Núñez, le ruego si no tiene inconveniente, que él sea la persona que se me proporcione”.
EL JUEZ LE CONCEDIÓ LA PETICIÓN AL PRISIONERO
Lo primero que le preguntó Carrera al escribiente fue que cómo me encontraba allí, informándole éste que desde 1916 trabajaba en el juzgado. A Alberto le dio gusto encontrar un amigo en los momentos más críticos de su vida, “pues estos me fusilan”, le dijo.
El prisionero le dictó cuatro telegramas; el primero a don Venustiano Carranza, primer jefe del ejército constitucionalista; el segundo a la señora Virginia Salinas de Carranza, esposa de aquél; el tercero al general Cándido Aguilar (yerno de Carranza) y el último al general Cesáreo Castro.
A don Venustiano le pedía indulto en nombre de la revolución y de la sangre de Madero y Pino Suárez, y a los últimos pedía que intercedieran en su favor ante el primer jefe. Habiendo terminado de dictárselos, metió la mano al bolsillo del chaleco y como no encontró dinero para pagar los giros postales, el coronel Juan E. Richer, jefe del estado mayor de la jefatura de la plaza, sacó algunas monedas y mando al escribiente a la oficina de correos.
Carrera dio las gracias al coronel; eran las cinco de la mañana. La oficina de telégrafos estaba ubicada en esa fecha en la esquina noreste del crucero formado por las calles de Matamoros y la del 9, allá se dirigió Núñez a toda prisa, casi corriendo para evitar que alguien lo siguiera, pues podían sabotear las cartas del prisionero.
Regresó y entregó a Carrera los recibos y el cambio al coronel. El reo y el escribiente platicaron todavía algo más. Esa fue la última vez que lo vio con vida.
Ese mismo día 16 por la tarde, como a las cuatro, se dispuso el fusilamiento, pues la jefatura de la plaza no estimó las razones expuestas por el general, ratificando por consecuencia la sentencia del Consejo. Fue jefe del pelotón ejecutor, el coronel Tiburcio Quilantán, quien le tenía rencor, fue él que le dio el tiro de gracia.
POR MARVIN OSIRIS HUERTA MÁRQUEZ