CD. VICTORIA, TAM.- El Caminante bajó del microbús y se topó con Mauricio, quien se notaba visiblemente molesto. – ¿Que pasó mi Mau, porque esa cara de retortijón? – preguntó el Caminante. – Nombre ni sabes, acabo de pasar un momento muy desagradable en el cine este de aquí. – ¿Estaba muy chafa la película o como fue? – Es lo peor, ni siquiera pude disfrutarla, porque un grupito de ‘chavos’ se la pasaron haciendo ruido, platicando y viendo tik tok’s a alto volumen exactamente atrás de mi y me pateaban mi butaca con los pies.
– ¡Újule que mala pata! ¿y de perdido les pediste que le bajaran tantito a su argüende? – Ahí fue cuando se puso desagradable; yo les hablé con educación, que por favor respetaran el espacio público, que le quitaran o le bajaran el volumen a sus celulares o ya de perdis a las notificaciones. – ¿Y que te dijeron? – Un par de ellos si se controlaron, pero otra muchachita se enojó que porque ‘no respeto su espacio’ y que era una agresión hacia su persona querer ‘callar su libertad de expresión’ ¿sabes que hizo? se puso a transmitir y a casi gritar que ‘un viejo la estaba acosando en el cine’ que ‘ya no se puede estar seguro en ningún lugar’ y acusaciones así.
– ¿Y no hablaste con el personal del cine para que hicieras algo? – inquirió el vago reportero. – Lamentablemente eso ya no sirve de nada, los silencian por unos minutos, y después empiezan las risas, los comentarios sarcásticos, indirectas que rayan en el insulto y vuelven a su desorden – dice enojado ‘el Mau’.
Desafortunadamente el cine ha pasado de ser una sala de proyección a una jaula de locos. Ya no es un lugar para apreciar o escudriñar el séptimo arte, sino un templo del placer en todas sus expresiones.
Y no solo por las imágenes que se despliegan en la pantalla con contenidos visuales llamativos, con mucha acción, ruido, música, sexo, cuerpos perfectos, elementos excitantes que entra a chorros por los ojos.
También se ha vuelto un festín de la gula y el derroche: los cines se convirtieron en expendios de alimentos chatarra a megaprecios ridículos. Los ‘combos’ no son otra cosa que una combinación de alimentos hipercalóricos con la peor variedad de azúcares y sabrá Dios qué muchos otros químicos, que llegan a costar casi 500 pesos en su versión ‘Maxi’.
Y esto si no es que la temática de la película trae consigo tal o cual recipiente, vaso, trique o cháchara relacionada o en forma de algún personaje de la trama. Esto no es de extrañar, pues, es sabido que la comida es lo que más le reditúa a los cines, pues las ventas en dulcería pueden representar hasta el 60% del total de ganancias.
Esa combinación de golosinas, tecnología y poco respeto por el espacio compartido se transforma en una fórmula infalible para el caos, y no es solo por quienes se la pasan hablando en voz alta, o que sacan su celular en plena función, utilizan el flash como lámpara para guiarse en la oscuridad, patean los asientos, llevan niños pequeños, etcétera; esta conducta de ‘yo puedo hacer lo que se me pega la gana y nadie me puede decir nada o los cancelo’ esta cada vez mas arraigada en la población, no solo en los jóvenes, en todos.
Un claro ejemplo de cómo los humanos nos volvemos una especie muy desagradable son los fenómenos compartidos, como el cine. No entienden, no respetan, piensan sólo en si mismos. A la gente parece no importarle, o no le gusta creer, que está compartiendo su ‘experiencia’ con los demás y que todos pagaron el mismo precio (a veces exorbitante) por estar ahí.
– Yo ya tenía un bien tiempo de no ir al cine, pero me animé a ir otra vez y estoy realmente muy arrepentido – confiesa Mauricio. – ¿Te quitaron las ganas de volver? – Si y no, porque en realidad hay películas que merecen apreciarse en el cine y otras que sin problemas puedes verlas en la pantalla tu casa, pero me da tristeza que cada vez que vengo al cine, tengo que estar lidiando con gente ruidosa, grosera, egoísta, pero pues no se les puede cambiar, viven en su mundo, creen que su realidad es la única que existe – admite el hombre un tanto ofuscado.
Ciertamente las salas de proyección han perdido el rumbo, pues parecen ser ahora simples palacios de consumo. Ojalá algún legislador este leyendo esto y promueva (y se haga respetar) un tipo de reglamento que ponga orden en esos espacios públicos. Demasiada pata de perro por esta semana
POR JORGE ZAMORA