En un país que vive el sexenio más sangriento de los últimos 40 años, querer desacreditar las propuestas de construir espacios de reclusión de alta seguridad para contener las actividades de los criminales es inaceptable.
Las campañas presidenciales nos muestran dos visiones distintas, contrapuestas, de cómo enfrentar el grave problema de la violencia generada por la inseguridad, que en el fondo parte de la falta de voluntad del gobierno federal para aplicar la ley.
La candidata opositora Xóchitl Gálvez propuso la construcción de mega cárceles de alta seguridad para recluir a criminales peligrosos, como una manera de contener la imparable ola de violencia y la comisión de delitos de alto impacto que el gobierno de López Obrador no ha logrado controlar.
Enseguida, ayer mismo, la abanderada oficialista Claudia Sheinbaum descalificó la propuesta y en un lance por demás atrevido, sesgó la propuesta de Gálvez y arrogándose la voz de millones de mexicanos víctimas de la violencia y la inseguridad, dijo que ella, Morena y el viejo sistema priísta restaurado por la Cuatroté “no quieren mega cárceles para los jóvenes”.
Se trata comprensiblemente de un pronunciamiento evidentemente populista y condescendiente con la política inútil de Andrés Manuel de repartir abrazos, en vez de aplicarles la ley a los delincuentes.
Se trata de una narrativa que replica los mensajes de Andrés Manuel y que en forma insensible, ignora ostensiblemente la grave situación que viven millones de mexicanos en todo el país.
Se trata de un discurso políticamente correcto para los estándares aceptados por Andrés Manuel y la narrativa que culpa al pasado de males como la corrupción, pero que cínicamente pretende evadir su responsabilidad en el aumento galopante de la inseguridad, de la misma corrupción y de la ineficiencia gubernamental.
No es que las propuestas de Xóchitl sean la panacea, pero es claro que el planteamiento de Sheinbaum sigue la misma ruta -inútil y contraproducente- que ha mantenido tercamente Andrés Manuel, pretendiendo atender las causas que originan la criminalidad. Es una falacia.
Tan es falso, que las propias cifras oficiales lo confirman. Tan falaz es, que en el mismo gobierno se reconoce por lo bajito, el fracaso estrepitoso de la estrategia de seguridad.
A tal grado, que ni la omnipresencia militar y naval en tareas de seguridad ha sido capaz de poner límite a los grupos criminales que se han envalentonado ante la complacencia oficial.
¨Volviendo al punto del desencuentro en la manera de enfrentar el problema de seguridad, lo de menos es si la candidata opositora propone mega cárceles al estilo de las que existen en El Salvador o de si la abanderada oficialista pretende vender la idea de que eso es malo, machacando el viejo y desgastado discurso de Andrés Manuel de que eso emula la llamada “guerra contra el narco¨, que inició Calderón.
Lo verdaderamente importante es que del lado de Sheinbaum haya una autocrítica y una posición valiente, honesta, de señalamientos de lo que no ha funcionado en el gobierno de la Cuatroté en este rubro.
En cuanto a los señalamientos de si Calderón inició una guerra contra cárteles de la droga y después altos jefes policíacos se vieron involucrados con unos grupos para favorecerlos, por supuesto que es legítima la indignación.
Pero, nadie podrá discutir o negar que ha sido la única acción que se emprendió con toda la fuerza del Estado para atacar un problema que los gobiernos anteriores habían dejado crecer indolentemente.
Tampoco puede discutirse -con números oficiales en la mano-, que entonces fue cuando se detuvo a más líderes criminales, que hubo la mayor cantidad de decomisos de estupefacientes y de incautación de propiedades. Haya sido como haya sido.
Bueno, tanto así, que los números que registran los homicidios dolosos relacionados directamente con la violencia y la acción de los delincuentes, le dan mejores resultados a Calderón que a López Obrador. Brutalmente simple, guste o no.
En este punto, no hay que darle vueltas al asunto ni asumir posturas ingenuas o cínicas: Hay que replicar los modelos que han funcionado y desechar los que antes de mejorar, han empeorado las cosas.
Como la actual estrategia que nadie en el ala oficialista se atreve a criticar, a pesar de que muchos de los aliados de la Cuatroté han sido víctimas.
¿Que si las cárceles al estilo de El Salvador incomodan a los defensores de los derechos humanos, porque a los delincuentes se les acota y se les impide que desde prisión sigan extorsionando, manejando redes criminales y afectando a la sociedad? Claro, criticar esas propuesta es lo políticamente correcto, pero moralmente es reprobable. Es cinismo puro. Ningún delincuente que ha hecho grave daño a la sociedad está por encima del interés colectivo.
Si no, ¿Por qué antes de descalificar esa propuesta o de querer hacer aparecer el combate a la delincuencia como algo malo, no se pregunta a los millones de familiares de víctimas del período de Calderón y a los de Andrés Manuel, qué es lo que piensan?
En lo personal -y reitero, en una legítima apreciación personal-, creo que ningún político, opositor u oficialista, tiene derecho a pretender que los criminales gocen de privilegios como si estuvieran libres, en perjuicio de los millones de mexicanos que sí trabajan en forma honesta, esforzada y comprometida todos los días.
También, me parece que a cualquier familiar de víctima o a quienes han padecido en estos años de la esperanza fallida que ha sido Andrés Manuel, la idea de endurecer las sanciones, de aplicar simplemente la ley y de hacer que el gobierno asuma su responsabilidad de garantizar la seguridad de los ciudadanos, es algo que está más allá de ideologías políticas, de colores o de actitudes convencieras de los políticos.
¿Quieren discutirlo? Vayan a los números: Hoy que hay abrazos y no autoridad que haga cumplir la ley, se registran notablemente más muertos y más territorio controlado por los delincuentes, que en el período calderonista.
Repito, guste o no. Los números oficiales no mienten.
ESCOTILLA
Algo está saliendo mal en la oficina que debe hacerse cargo de la operación política: Matamoros y Reynosa son dos casos en donde se nota más la ausencia de habilidad, previsión e inteligencia para anticiparse a los problemas derivados de las designaciones de los candidatos morenistas a las Alcaldías.
A la ausencia de liderazgo en el partido, se suma la torpeza en la operación política mayor. Y eso que las campañas locales no han comenzado.
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Por. Tomás Briones