Manuel Cavazos Lerma fue el último ex gobernador que salió a competir por un puesto de elección popular varios años después de dejar el poder.
En el proceso electoral del 2012, fue candidato al Senado de la República en la primera fórmula del PRI, acompañado por Guadalupe Flores; y se enfrentó en las urnas a Francisco García Cabeza de Vaca que iba en fórmula con Maki Ortiz.
Fue la elección federal en la que Peña Nieto ganó la Presidencia de la República con cierta facilidad, pero representó un punto de quiebre para el priísmo tamaulipeco.
En ese momento, con el triunfo de Cabeza de Vaca en las urnas (obtuvo el 39 por ciento de los votos contra 29 por ciento del priísta), inició el proyecto político que a la postre derivó en la primera alternancia registrada en la entidad.
Eran los tiempos del “Pacto por México”: PRI, PAN y hasta el PRD iniciaron entonces una relación que hoy está consolidada en forma de una alianza kamikaze contra Morena y aliados.
Las vueltas que da la vida y la política.
Hoy, Maki Ortiz -convertida a la 4T- hace campaña junto a otro ex gobernador, Eugenio Hernández Flores, quien enfrenta esta campaña en circunstancias muy distintas a las de Cavazos Lerma en el ya lejano 2012.
Por diversas razones, Eugenio tiene muchas posibilidades de llegar al Senado como parte del Plan C ideado para que Morena y aliados obtengan la mayor cantidad posible de curules en el Congreso de la Unión.
Pero además de eso, el ex gobernador tiene en las manos el martillo que podría poner el último clavo al priísmo tamaulipeco.
En los últimos días hemos observado algo que ya parecía difícil: un vaciamiento todavía mayor del otrora partido hegemónico en la entidad.
Sin medias tintas, muchos referentes del viejo PRI han acudido al llamado de Eugenio para sumarse a la campaña del Partido Verde.
Es verdad que se trata, en algunos casos, de figuras que hace tiempo perdieron vigencia en el panorama político estatal, pero también de personajes capaces de despertar la nostalgia tricolor e incluso de movilizar algunas estructuras.
En la elección del 2022, en la que Américo Villarreal Anaya, ganó la gubernatura, se confirmó que la suma de dos fuerzas políticas no necesariamente es una operación matemática exacta.
Es el caso del PRI y del PAN, que pensaron que aliándose podrían contar los votos que uno y otro partido obtuvieron por separado un año antes en el 2021.
Desde luego no fue así: el voto priísta se pulverizó a tal grado que ese partido obtuvo la votación más baja de su historia.
La irrupción de Eugenio en la campaña del 2024, además de ponerlo con un pie en el Senado de la República, agudizará este fenómeno.
En la debacle priísta todavía queda mucho por ver.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES