En la política contemporánea, la línea entre promover una imagen para el servicio público y caer en el abismo del narcisismo puede parecer cada vez más difusa. Es una realidad que los líderes políticos necesitan darse a conocer para ganar apoyo y avanzar en sus agendas, pero ¿dónde reside la frontera entre la promoción legítima y el narcisismo desenfrenado?
La necesidad de querer gobernar a cualquier costo puede llevar a algunos políticos por un camino peligroso. En muchos casos, esta búsqueda implacable del poder puede estar impulsada por un profundo sentido de misión o un deseo genuino de cambiar las cosas para mejor. Sin embargo, en otros casos, puede ser alimentada por un ego desmesurado y una sed insaciable de reconocimiento y admiración.
El narcisismo político se manifiesta de varias maneras. Puede verse en la constante búsqueda de atención y validación a través de la exposición mediática excesiva, la glorificación personal sobre los logros del equipo o la intolerancia hacia cualquier forma de crítica o disidencia. Estos líderes políticos, más preocupados por su imagen que por el bienestar de la sociedad, pueden volverse cada vez más aislados y desconectados de las realidades de aquellos a quienes pretenden representar.
Por otro lado, es fundamental reconocer que la promoción de la imagen política no es intrínsecamente mala. De hecho, en un mundo saturado de información y competencia política, es casi una necesidad para que los líderes puedan comunicar efectivamente sus ideas y propuestas. La capacidad de llegar a un amplio público y generar apoyo es esencial para implementar políticas significativas y efectivas.
Entonces, ¿cómo distinguimos entre la promoción política legítima y el narcisismo desenfrenado? La clave radica en la motivación subyacente y en el impacto en la sociedad. Los líderes que promueven su imagen con el objetivo de servir mejor a su comunidad y avanzar en causas justas merecen reconocimiento. Sin embargo, aquellos cuyas acciones están impulsadas únicamente por un deseo de poder personal y reconocimiento deben ser cuestionados y vigilados de cerca.
La sociedad tiene el poder de determinar qué tipo de liderazgo desea seguir. Al exigir transparencia, responsabilidad y autenticidad a nuestros líderes políticos, podemos ayudar a mantener el equilibrio entre la promoción legítima y el narcisismo político. Solo entonces podremos asegurarnos de que quienes buscan gobernar lo hagan por las razones correctas: para el beneficio de todos, no solo para alimentar su propio ego.
POR MARIO FLORES PEDRAZA