Alcancé a conocer a aquellos hombres que caminaban 30 o más kilómetros a pie todos los días . A quienes su jornada normal incluía andar 30 cuadras antes de llegar al portón donde trabajaron toda la vida.
Tal como el dicho, la mayoría de contemporáneos «nacieron en carro». El vehículo, para ir de un lugar a otro, pasa imperceptiblemente de ser una necesidad a ser un lujo necesario. Y la vida es así. El sentido del bienestar fue cambiando al mero confort.
Unos cuantos de hoy preferirían una caminata de la casa al trabajo. Por el contrario hay cada vez más jóvenes que se dirigen a hacer ejercicio en carro, al gimnasio para subirse a la caminadora.
Ejercicio es barrer y trapear a conciencia, pasar la franela por los muebles, pulir el armario, lavar la ropa a mano, caminar a la tienda o rumbo al centro. En vez de usar elevador subir y bajar un edificio a pata. No buscando la vida eterna sino para mantener la forma natural de una persona, al mismo tiempo que se ahorra una feria.
Es verdad también hay personas que por su empleo solamente les queda una hora libre para levantar pesas y consumir complementos alimenticios y suele ser saludable.
El asunto es que de todas maneras lo diga yo o no, habrá por ahí gente con más condiciones para la sobrevivencia, pues de eso se trata. Cada quien de la moda lo que acomoda.
En los ranchos más apartados milagrosamente quedan contadas personas que echan tortillas a mano y les quedan bien sabrosas, eso lo agradece uno personalmente, y sonríen, cosa que no podría hacer una máquina.
En fin en la ciudad cada vez hay menos gente caminando por las calles, los barrios con su silencio metidos entre la multitud de carros. Cada vez la raza de bronce busca protegerse del sol, el único que nos provee gratuitamente de vitamina «D». Del sombrero raso, presto para el jornal con arado del campo, a la cachucha del operador del tractor y el trascabo. La modernidad dicta otros cuidados de la piel, ciertos retoques, usted sabrá.
La modernización consiste en cambiar el estatus, comprar el articulo que ahorrará trabajo, aunque no dinero, que en tal caso sería lo de menos. Entonces el dinero controla la agenda, las formas. Aún cuando quedan personas que vivan al día y de milagro y aquellas que hagan gala de su soberanía y libre albedrío para comprobar que de hambre no ha de morirse uno.
Por necesidad se consumen alimentos y es la gran paradoja que por necesidad dejen de consumirse. Uno no sabe lo que dirá el doctor, hasta que sales del consultorio, listo para iniciar una nueva vida, a comprar el outfit de tu preferencia, y echar a correr por las avenidas de Victoria. Y darte cuenta que los perros que corretean a los transeuntes tranquilos y a los no tanto, existen.
Hay raza subiendo fruta de un tráiler y otro, y no se cansan. Se cansan y se recuperan pronto, llevan 30 años haciéndolo. El cuerpo ese viejo sabio resuelve a veces con unas cheves. El oficio los puso en ese camino y aprovechan. Otros trepan postes todos los días, desdoblan varilla, barren las avenidas, y transforman en energía todo lo que consumen y win embargo tranquilos, estar pendiente de eso rs vomo di de eso dependiera la vida tan cotidiana.
Podría decirse que si uno quiere ser feliz no hay que preocuparse. Ni andar pensando en esas cosas. Pensar en nada le hace bien a lo inmediato. Un propósito se hace y no se piensa, y nada malo pasa.
Pese a todo, el ejercicio seguirá siendo un don de la necesidad. Desde pestañear hasta completar un maratón rompiendo un récord mundial. Uno elige. Y es igual. Otros influyen, pero también es igual, el cuerpo seguro perseguirá su propia ruta de modernidad. Lo que si extraña uno son las tortillas.
HASTA PRONTO
…
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA