La casa desciende del cielo tatuada de espejos donde caen los ojos de la curiosidad sobre la cama de Frida, en los artefactos del dolor, la mitigación en la dulzura de las manos de la artista que atraviesa el mundo de los dos, de los que se aman y se miran, de los que respiran y besan con la misma boca; Frida y Diego, en el resplandor del espejo del amor, de mirarse y de tocarse entre las formas alucinantes del color y del erotismo conjugado en la poética de la habitación que caminado con el tiempo, el tiempo de silencios y de ira, cómplice de un amor lleno de placer y de amargura.
Dibujado en sus corazones como Las Dos Fridas, ante el espejo de sí misma, el retrato de ovalo de Diego, el que causa la euforia, la lujuria y las destilaciones del cuerpo en su paisaje que recorre las arterias de sus dos corazones que ventilan su sangre.
Frida es fiel a su espejo en sus entrañas, alzada como una mujer gótica que sostiene al orgullo del mundo, con su paleta del atardecer, saboreando su dolor y desatando su ira en sus dibujos.
Frida es azul como su casa, como el viento que la arrulla por las tardes, como la lluvia que le canta por las noches, como las estrellas arrojadas en todos los muros de la casa.
Se camina en sombras, que brotan de las paredes que repinten la humedad en sus labios, en sus cejas que se unen como en un puente de hadas, en sus manos temblorosas, y en sus ojos que respiran la soledad de su cuerpo, este cuerpo poblado de artificios, levantado por las vértebras de sus sueños y por el amor de Diego, duende trashumante, hechicero de brebajes alucinantes del amor.
Artificios paliativos del dolor o el dolor mismo como un artificio de vida. Mientras toco sus sabanas levanto los ritos del amor en el paisaje de una mujer de dos corazones.
Siempre he sentido a Frida Kahlo como un espejo tallado por el dolor, bruñido por la soledad, agrietado por el tiempo, pero también el espejo en sus manos que acarician las cosas, que multiplican las paredes de su alma y conciencia de mujer de mil batallas.
Siempre digna de sus encantos, de su mirada de tristeza que es la mirada del amor complaciente y victorioso sobre la muerte en vida. Diego Rivera y Frida Kahlo, son el espejo fiel e infiel de la realidad que sentimos, son el paisaje subterráneo y aéreo de nosotros, los mexicanos que arráncanos la poesía de los arboles inmensos, las ramas, las hojas, los frutos prohibidos y el placer del mundo.
Con sus ojos saltados como un sapo de rio, con sus manos sedosas por los brebajes nocturnos, encajado en su overol y su pelo convertido en viento. El pintor está en el otro lado del espejo dibujando las comisuras de los labios húmedos de la pintora, adivina, intuye al cuerpo convertido en venado, en paloma, en sabia vegetal, en tempestad, en la selva en los bajos que como crisálida negra que vuela por sus sueños.
En la Historia del Arte, pocas veces encontramos esa sujeción del amor convertido en creación. La creación que nos convierte en personas, que motiva los motiva los movimientos del corazón herido y la fantasía del amar.
Frida Kahlo es un fantasma vivo que recorre el mundo ataviada de flores, con sus ojos que lo miran todo, bañada en el rebozo de colores y sus tocados colmados de frescura, con sus labios de amor coloreados por el amor profundo y lejano.
Frida es el turbante mágico que se enreda por el viento, la mujer de azul del firmamento, con sus colguijes alucinantes y sus cejas que son el puente en sus entre sus dos retratos, los corazones abiertos decorados para vivir y morir.
Es tiempo de mujeres, Frida es la avanzada de los árboles que hacen el paisaje del alma y el corazón. Sus ramas son palomas, sus hojas los miles de ojos del cielo Que caen sobre nosotros, los hombres que la amamos de todo corazón. Hermosa de arrancadas, poblada del rebozo, su mirada inclinada hacia lado izquierdo es una razón de ser, de su vivir siempre a nuestros ojos y a nuestras manos en la inédita poesía de sus pasos.
Dibujo a Frida Kahlo en ese paisaje en las arterias de su corazón, sus dos corazones que respiran y perfuman nuestros sueños mexicanos. Hay una soledad que nos parece extraña, y es que el amor, es extraño, viene de repente y se va de repente. Frida es una soledad latente, en sus dos corazones que irradian el dolor y el amor.
POR ALEJANDRO ROSALES LUGO