Si pongo atención, al escaso rato escucharé en la ventana el aletear de un pájaro. No hay alas de mi tamaño ahora que siento el viento y puedo salir por ahí. La calle está abierta para nadie. No sé, la jornada de carros sucedió ya y el silencio crece y grita en el vacío de los jardines.
Se escucha el tambor batiente de un conserje en la escuela cercana. Son como varias ciudades antes de llegar a donde apenas se escucha el trajinar de vehículos en el semáforo de la otra cuadra donde me encuentro.
Durante el día las calles revientan. El silencio es un extranjero repentino en una orilla, un recoveco del asfalto. Por el tipo de silencio, por ahí pasan las preguntas. Por eso no leen mi sonrisa a la altura de un pájaro.
Aquí espero, donde todo mundo espera, caminando, santado y corriendo, desde las noches espero que suceda lo que tenga que suceder en las posibilidades que tenga la existencia humana.
Silencio, pero sobre nosotros las ansias de saber que está pasando. Dormido pero con la puerta cerrada, quien sueña es devorado por un turista de Dinamarca. Silencio, sí, pero con la luz apagada, con la voz en off gritando adentro de los cuerpos.
Junto a los de mi especie el capítulo empieza con un buenos días y nos llevarán a escena ante el público que tiene sus predilectos. Estaré más que gracioso todo el tiempo para acostumbrarme a que aquí nadie aplaude antes del almuerzo.
Qué grandeza podría haber en una gota de agua si intento a través de ella ver el arcoiris. Sólo viéndonos los ojos. No a todos nos ocurre lo mismo y tan sin saberlo nos pensamos iguales. En una larga fila esperamos ser contados.
Todas las piedras quedarán en sus agujeros, la luz hizo un reconocimiento previo a su presentación de la noche, para nadie es un secreto el sitio correcto donde se guardan los colores.
Intento tener hojas, me poblé entre los arbustos de mi calle y esperé el momento clave para convertirme en cactus. Apiádanse de mi médula en el momento de volverme hueso y perderme de vista en sitios donde nadie hace fila.
A la izquierda está mi casa. Llego ahora con una camisa apropiada, supongo que hasta en el cadalzo pedirán al condenado abotonarse la camisa, que no fuera grosero el sujeto. Al fin de cuentas le iban a dar chicharrón más de rato.
Intento tener fila, hilera de seguidores pidiendo mi autógrafo, intento ser naufrago de aguacero, aguacate jass, campanario de pueblo, hilo de carrete, maíz pozolero, tarde tequilera, saxofón lejano, ola que se dispersa hasta que me olviden santos y profanos.
Esperé el momento que apareció en la mano escribiendo. De mi aleta bajó en potencia un océano, pude escuchar el estruendo. Caminé un rato para acorralar los datos que fueran más allá de la carne, más rápido que el hambre.
Al fin pude dar signos de vida. Apenas puedo ver por el sol fuerte que deslumbra afuera. A la entrada hay distintos y pequeños motivos en esa casa. Pero aquí la gente anda como uno, se levanta como uno y se llena de pequeños motivos.
Las cosas al ocurrir dos veces reafirman la vida, nos acercamos el uno al otro de nosotros, no sé si cerca, en Ia puerta interior de los párpados puedo verme de nuevo ya sin luz ni sombras. En las sombras había otras personas. Era la escoba.
Antes no sabíamos del mundo, cabía en un grano de arena, que nos perdonen por crear un cielo gigante, una pantalla a color, sin perder de vista una historia graciosa y la fe moviendo las montañas que están enfrente de mi casa.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA