Una cajita de leche, 20 cabrones de pie y música que altere los sentidos a las seis de la mañana, apretar el pollo para pedir parada, mentadas de madre y agarrarse fuerte son parte del ritual del transporte publico de la ciudad. Al tiro todo bien decorado, no falta el letrero de “todas mienten”, la imagen religiosa para que bendiga el camino y el revolver en el volante como parte de la agarradera para el chófer. Y ya si hablamos del chófer entramos en otra tradición, una institución al frente de la máquina que transporta (casi siempre sin amabilidad) a cientos de usuarios que viajan con caras cansadas.
A este personaje pocas veces se le ve bien arregladito (anda de prisa, así que no se le juzga), no importa la circunstancia, siempre conduce con al menos un audífono puesto mientras muerde el cable para que no le estorbe. Tempranito ya andan listos pa’ quien moleste, el conductor de la unidad piensa que el siempre tiene la razón y la única forma que encuentra para demostrarlo es a golpes o a gritos, si te pones al brinco, con mucho gusto se te baja de la unidad.
La estética del transporte publico no estaría completa si no habláramos de la mujer, casi siempre (y como de costumbre) ejecuta un papel de organización o cuidado, atiende al bebé o cobra y reparte el boleto de viaje. Como buena novia o esposa, se sitúa a su lado o en el asiento trasero del chófer.
Como fiel usuaria, este tipo de elementos han llamado mi atención desde hace mucho tiempo. No solo por lo que significan, si no en lo que repercute. El decadente estado del transporte público ¿Debe estar relacionado con la atmosfera en la que germina?
Casi al norte de la ciudad, hay una inyección de frescura al ambiente machista y desprolijo del transporte público. Una microbusera de la ruta Tampico “las flores” ha tomado las riendas de la unidad. Bien maquilladita, arregladita y muy amable, así se ve a la chófer que con su aroma dulce va perfumando la unidad. Sin ir fumando por la ventanilla o con el celular a la mano, sigue el trayecto a ritmo constante.
Pesé a que no es la primera mujer en conducir una unidad en el sur de nuestro estado y aunque se siga lidiando con la desconfianza en las mujeres al momento de conducir o al sector machista y carente de redes de apoyo para nosotras. Este hecho es importante porque refleja que otras realidades son posibles, en gran medida gracias a esas pequeñas manifestaciones pasadas de microbuseras (que, aunque se disiparon) abrieron una ventana para repensar las vías de crecimiento de este servicio.
Que una mujer conduzca no significa que el transporte dejará de ser reconocido por sus malos tratos y su deficiente servicio, pero abre una posibilidad a que el paisaje pueda verse diferente. No porque la mesura o la amabilidad sean características únicas de las mujeres, más bien podría ir ligado a que como madres, en la mayoría de los casos se ven obligadas a cuidar un trabajo y desempeñarse de la mejor manera posible para conservar el sustento de su familia. Algo que, en un país con altas cifras de abandono paterno, a los hombres parece importarles poco.
POR KAREN SALA ARÁN