Me quedé en las paredes, en el musgo de palabras que ahí acamparon y sembraron su maíz imaginario. Gracias por leer en las habitaciones del texto, estoy en la provocación de la sombra, en la calle de la casa. Escribo.
Escribo, escribo a una mano; con la otra mano no me había fijado qué hacía mientras tanto. Tiene vida propia mi mano izquierda y es una fiel compañera de la derecha, no le queda de otra.
Es en el hostal de un cigarro en una noche oscura cuando la mano zurda ocupa un encendedor para iniciar la fiesta. Nadie ha llegado. Atrás de los matorrales se puede ver apenas una tímida luciérnaga cruzando la noche lenta.
Un coche de pequeño tamaño y edad avanzada avanza tímido por el dintel de la noche. El chófer cree que el motor se apagará de un momento a otro con todo lo que lleva adentro pero eso no sucederá. Los muchachos que viajan adentro ya les cayó el veinte de que en todo caso a ellos les toca dar el puche.
Se está pasando la hora y es posible que no vengas. La hora es el apresurado tráfico entre las luces, el chipi chipi cristalino, el olor a trole elote que entra y sale por la casa. Aquí bailando espero, en el mosaico de papel, sobre la prosa de un café, fumando espero, y estaba dejando el cigarro.
El acto de escribir deja escurrir otro texto que jamás será leído. Pobrecito texto. Algunas palabras sobreviven pues son el cuerpo y el delito. Los sonidos son gratis a través de las horas y cada vez más escasos hasta que se les extraña. Nadie recuerda el sonido de la lluvia mientras no tiene sed.
Siempre se escucha un infinito martillo al otro lado del vecindario, voces a muy bajos decibeles atrás de la puerta, ha de ser la noche, como todas, muy distinta. El velador que no falle. De pronto el montón de vehículos como en una película de Hollywood, de pronto ninguno.
Por la noche hay peleas de perros, corredera de gatos, ojos, caminantes silenciosos, pasos detrás de otros, osos, vientos que nadie ve su paso. Atrás de esta pared donde soy mi sombra escucho la canción del silencio cuando no hay mucho ruido. En serio.
Creo que no vendrás. Se ha vuelto noche intempestivamente, hay tantas cosas de qué hablar y otras las escribo sin pronunciarlas para evitar que se vayan. Cuando vengas sabré más de la vida sobre un papel donde se escribió una comedia.
Pensaré en lo que hay enfrente con mis cinco sentidos, enfermaré de ruido bajo una luz roja, en lo más próximo, en lo más terco, en lo más profundo siempre habrá un vecino que venga a interrumpir el Yoga o la lectura de Carpentier.
Es lindo dejar libre el pensamiento, la noche es propicia sin propósito cual ninguno, ahorita por ejemplo me estoy preguntando porqué cuando sueño no soy miope, al menos no recuerdo. Adherido a la pared puedo advertir y nadie podría negar que soy una sombra. Pero eso no tiene la menor importancia, diría Arturo de Córdoba.
El invasor de las calles se ha retirado a sus habitaciones y ciertos animales comienzan a reunirse para charlar animosamente en las esquinas preparando la casería nocturna. Los más aviezos se adentrarán entre el monte a saciar sus más bajas pasiones. ¿Y qué tiene?
Un pequeño golpe de puerta sale del departamento vecino, es de color verde y huele a ropa mojada. Ayer sacaron un tráiler por la ventana de un cuarto. Todo es falso. Yo mismo me imagino. Desapareceré y quién pudiera saber. Cuando nadie me ve me acerco al abismo.
Me quedé en las paredes a espiar la hora en que ladran los perros. Adentro el clima está agradable y afuera el frío apretó al único vendedor ambulante de esta calle. Ya se va haciendo tarde.
HASTA PRONTO
…
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA